Zapatero, allá en las Indias

O no sabía lo que prometía o el socialista estaba convencido de permanecer en la Presidencia lo suficiente para inaugurar el AVE

Recuerdo aquella promesa, adobada de cierta teatralidad, que a Granada hizo -ya hace lustros- el que fuera presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, con ocasión de una visita a la ciudad. Al tiempo de despedirse y viéndose rodeado de multitud de micrófonos, de objetivos de las cámaras de medios de comunicación y de un sinnúmero de graves y facundos dignatarios socialistas locales y provinciales, que fueron testigos de esto que ahora recuerdo -¡maldita hemeroteca!- el primer mandatario socialista de la nación prometió -con la solemnidad propia de aquel hombre de Estado- que la próxima vez que viniese a Granada lo haría subido estrenando el AVE, es decir, el ferrocarril de alta velocidad.

Uno se lo imaginó, subido, triunfante, en la máquina fantástica, cortando el aire de la Vega norte y en apostura de auténtico héroe de cómic, cubierto de una airosa y volante capa roja y con el puño izquierdo adelantado sobre su armónico cuerpo, llegando a la Ciudad de la Alhambra donde recibiría los laureles del triunfo, hechos con oro puro de las arenas doradas del río Darro.

De aquella afirmación habría que deducir una de estas dos cosas, o que el fallido nigromante o agorero expresidente Rodríguez Zapatero no tenía la menor idea de lo que estaba prometiendo; a juicio del estado real de las obras y del proyecto; o que estaba en el convencimiento de permanecer en la Presidencia del Gobierno durante tanto tiempo, que dispondría de plazo suficiente para que ese acontecimiento sucediese y superase así las sucesivas presidencias de Mariano Rajoy, que hubiera sido fulminado en la historia por la Era Zapatero.

Pero no fue así. El ilustre socialista nunca volvió. Y como otros antecesores suyos; y sucesores; hubo de abandonar, por la fuerza de las urnas, el palacio de la Moncloa y dedicarse a las labores propias de consejero externo del presidente Maduro, allá, en las Indias Occidentales, en la rica Venezuela, donde lejos de atar los perros con longanizas -que casi podrían- los gobernantes matan de hambre y de balas subyugadoras de la democracia a ese pueblo que clama por la libertad.

Y aquí estamos nosotros, con nuestra Sierra Nevada -que es más de Sevilla que nuestra- con nuestra Alhambra -que también es más de Sevilla que nuestra- y con nuestra depresión y desequilibrio económico, que es mucho más nuestro que de Sevilla. Y con nuestro ayuntamiento, que es del mundo de los fantasmas y de la ausencia total de las ideas. ¿O no?

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