Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

Zombis

UGT pone este fin de semana fin a 22 años de mandato de Cándido Méndez. Casi un cuarto de siglo en el que los sindicatos, también las organizaciones empresariales, han pasado de ser influyentes a aparecer como auténticos zombis, muertos vivientes que caminan hacia no se sabe dónde. Cualquiera que repase un poco la historia reciente de España comprobará que en los primeros años de la democracia la UGT de Nicolás Redondo, las Comisiones Obreras de Marcelino Camacho o la CEOE de José María Cuevas contaban y mucho. No se podían poner en marcha medidas de política económica y social sin contar con su concurso. Que se lo pregunten a Felipe González, para el que la huelga general que le montaron sus compañeros ugetistas el 14 de diciembre de 1988 supuso un antes y un después dentro de su prolongado paso por La Moncloa.

Aquellos tiempos pasaron para siempre. Ahora UGT y CCOO y la CEOE son organizaciones irrelevantes con su prestigio social por los suelos y que tienen muy poco que decir fuera de los escasísimos ámbitos de influencia que a duras penas mantienen. En Andalucía, que es lo que nos toca más cerca, el deterioro de los llamados agentes sociales ha sido todavía más intenso y grave que en el resto de España. La razón está clara: como tantos en esta región, sucumbieron a los cantos de sirena de lo público y allí perdieron prestigio y capacidad de actuación. Los dos sindicatos mayoritarios y la CEA vieron en los acuerdos de concertación puestos en marcha por el presidente Manuel Chaves una fórmula de fortalecimiento institucional y, también, financiero. Pero los desconectó de sus bases naturales y les cercenó su capacidad de movilización. Únase a todo ello la tremenda deriva de UGT, que ha estado metida hasta el cuello en todos los escándalos que han sacudido la política andaluza y que no logra levantar cabeza a pesar de los esfuerzos de su actual dirección.

Los últimos años han sido un desastre para sindicatos y patronal, sobre todo en Andalucía. Las centrales obreras mantienen como pueden el control de los comités en las grandes empresas. Pero si se quiere ver hasta dónde se han hundido basta con darse una vuelta por sus manifestaciones del 1 de mayo. La CEA lleva su propia deriva y hoy, enterrada la concertación social, es una cáscara vacía, una estructura burocrática detrás de la que hay muy poco. Es un desastre porque sindicatos y patronales son imprescindibles para asegurar una democracia fuerte. Seguro que si no estuvieran como están, el espectáculo político al que estamos asistiendo en España no sería tan patético.

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