El abuelo vuelve al cole

Habrá un día en que la rutina supere a la rutina, en que apenas queden fuerzas para ir a la frutería

Sentado. Allí. Siempre al final. Da igual donde. El último. Allí, donde los pensamientos adormecen y nada es igual. Donde la realidad se confunde con el desatino y te corroe la duda de saber si estás despierto o aún permaneces en el sueño. Sentado. Donde la vida encaja a trozos. Donde uno apenas recuerda días que ofrecían ilusión, metas y sonrisas. Días que ahora se enredan en el tran tran del silencio y la quietud, de la monotonía y el aburrimiento. Sin nada que ofrecer. Sin nada que aportar más allá de horas que pasan. Horas que pasan. Horas que pasan.

Sentado. Allí. Donde pasó julio y agosto desde que una Tarasca les dijo adiós y despidió el curso. Sol, nubes, cielo, una mañana, una tarde y una noche que durante dos meses se hizo eterna. La soledad devuelve una compañía cuya mejor rutina no pasa de enviar planos mensajes a través de un televisor. El covid. Hospitalizados. Positivos. Fallecidos.

Habrá un día en que la rutina supere a la rutina, en que apenas queden fuerzas para ir a la frutería, en que apenas tus pasos permitan caminar con la fuerza que hoy te abandona. Si llega, si ese día llegara, no olvides decirle hola cuando lo veas por la calle con su bolsa de fruta. A él apenas le quedarán arrestos para reconocerte. Pero le gustará que alguien le diga hola. Seguro. Le hará ilusión. Y si le coges de la mano, quizá recuerde un no sé qué y le hagas sonreír.

Sentado. Sin saber dónde mirar, si terminaron las vacaciones, si algún día el tiempo los devolverá, si correrán a tu alrededor, si esa mano que los condujo con sus amigos del alma volverá a palpar su eterna juventud y su máxima admiración. Normal. A pesar de tus arrugas, sigues siendo su abuelo, el que le dio todos los caprichos y uno más, el que estaba media hora antes en la puerta esperando que alguien corriendo saliera desde el fondo para darle un beso. Un beso. El día tuvo sentido y fin por ese beso gratuito y sin miramientos. Siempre lo tuvo.

Hoy el teléfono vuelve a sonar. "Hola, papá, ¿estás ahí? Oye, ¿cómo te viene llevar a los niños al cole? Mañana entran a las nueve y José y yo trabajamos desde las ocho. ¿los podrás recoger aquí? Y a mediodía, ¿tendrás tiempo?

La vida es buena cuando corre, cuando se esparce entre las calles, cuando todo cobra sentido. La familia cabe en la palma de una mano cuando cerramos las puertas y no miramos ni sentimos lo que sucede a nuestro alrededor. Pero la familia es todo nuestro mundo cuando hay un motivo para acogerla con fuerza, para llenarla de esperanza, para luchar por mantenerla y sentirnos útiles. La mejor virtud del ser humano. Sentirse útil.

Diez de Septiembre. Y como todos los años, puntualidad germánica, los abuelos vuelven al cole.

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