No aburrir ni a Dios sobre todas las cosas

Como Manuel Alcántara, yo pertenezco a la Cofradía de la Columna, que diría nuestro colega Ignacio Camacho

Hay escritores que celebran el repetido milagro de la Creación haciendo sesudas interpretaciones de la vida, pensando en los desasosiegos interiores o reflexionando sobre el difícil tránsito por la existencia. Pero hay otros que prefieren comunicar al lector lo que está pasando en su ciudad, lo que habla la gente en el autobús o sobre el trasiego de vino y parroquianos que hay en las tabernas de su barrio. Ayer, sin ir más lejos, me tocó hacer una semblanza en la Biblioteca de Andalucía de uno de estos últimos, de Manuel Alcántara, poeta al que he leído poco y columnista al que he leído mucho y en el que me he inspirado demasiado a la hora de ponerme a escribir columnas. Yo, como él, pertenezco a la Cofradía de la Columna, que diría nuestro colega Ignacio Camacho, y como ellos estoy abocado a la brevedad que te designa un espacio de 400 palabras con el único propósito de "no aburrir ni a Dios sobre todas las cosas", como él decía. El Centro Andaluz de las Letras le dedicó el Día del Libro a este poeta y periodista malagueño que murió el pasado día 17. Les debo decir que Alcántara ha sido para mí lo que César González Ruano era para él. El miércoles santo, mientras se moría, yo recordaba que hasta hace poco mi desayuno preferido era café con leche, tostada de aceite y Manuel Alcántara. Fumador empedernido y bebedor de los que se bebía hasta el agua de los floreros, ha llegado hasta los 91 años con sus facultades mentales si no intactas sí con la suficiente lucidez como para escribir columnas hasta siendo ya nonagenario. De él, compartí, sobre todo, el buen humor para asumir todos los riesgos de la vida, que diría Ida Vitale. A menudo hablaba de la muerte, había cogido la costumbre de trivializarla para perderle el miedo. Cuentan que hace poco, llegó a un restaurante y confesó que iba a despedirse. "¿Se va usted de viaje, don Manuel?", le preguntó uno de los camareros. "No, no. Es que me voy a morir pronto. Ya tengo una edad perfecta para una esquela", le contestó.

Gran administrador del lenguaje que oye en la calle, en una ocasión escribió en una de sus columnas lo que había oído en una playa malagueña. Contó que había una madre que veía como su hija se metía en el agua y le soltó:

-¡Vanesa! ¡No te metas muy jondo! ¡Hasta el chocho na más!

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