Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Se acabó el circo

LO raro del Circo del Arte es que estando muerto haya sobrevivido tantos años, que siendo humo no se haya desvanecido a su debido tiempo. Es más, ese ha sido el aspecto verdaderamente inquietante del circo: que un descendiente del despropósito y la obsesión política en cadena haya permanecido como un alma en pena revoloteando de acá para allá tantos años, soportando su propia inmaterialidad con la misma obstinación con que el payaso tonto de las bofetadas resiste los cachetes del listo.

Pero este es sólo uno de los aspectos extraordinarios del circo. Hay otros muchos. El que más me fascina es cómo ha pasado de mano en mano y de partido en partido sin que ningún alcalde alcanzara a comprender lo que para muchos era una evidencia: el profundo desatino que representaba el proyecto. Gabriel Díaz Berbel ideó un circo con unas características adecuadas a sus personalísimas convicciones en materia cultural que pronto suscitó la reprobación de la oposición. Sin embargo, cuando la oposición alcanzó el poder, con José Moratalla al frente, en vez de liquidar la idea la ajustó a su particular concepto del espectáculo circense: un circo de lujo, abierto a otros géneros como la danza, el teatro y la música.

Pero tanto la gestión económica como la ya mítica premier electoral volvieron a mostrar su absoluta vaciedad. De nada sirvió que el recinto mostrara sus deficiencias a la primera de cambio, algunas de ellas muy pintorescas, como la imposibilidad de acabar con el hedor a león (eau de lion, que diría un perfumista francés) o de hacer volar el trapecio. En este momento es donde, por añadidura, aparece el señor Albadalejo y sus ejercicios financieros sobre el alambre que, años después, han llevado su gestión ante la Fiscalía.

El equipo de Torres Hurtado tampoco soportó la irresistible fascinación del circo y puso todo su empeño en darle alguna utilidad, aunque no tuviera nada que ver con su naturaleza. Pero ni para eso servía. La propia Policía Local, alertada por los vecinos, interrumpió un par de conciertos que el Ayuntamiento había aceptado celebrar en la carpa. ¡La lona no servía para atenuar el sonido de la música!

No se podrá reprochar a los munícipes granadinos que han gobernado el Ayuntamiento en los últimos doce años su afición por el circo, incluso más que su afición, su devoción hasta la ceguera -y la ruina política- por el arte que dignificó Pinito del Oro , qué va. Cada uno soñó su propio circo, puso o quitó lentejuelas, paseó a sus leones o a sus tigres pero jamás se rindió ante la evidencia: ni el lugar ni el proyecto eran apropiados. Y su empeño en dar el triple salto sin red era fruto de una alucinación colectiva.

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