Quousque tamdem

Luis Chacón

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El adiós de una reina

Su figura nos deja una lección, la de quienes antepusieron el deber a otras pulsiones humanas

Declaro ante vosotros que mi vida entera, sea larga o corta, será dedicada a vuestro servicio y al de nuestra gran familia imperial a la que todos pertenecemos". Corría 1947 cuando la princesa Isabel pronunciaba estas palabras. Y a fe que lo ha cumplido hasta el postrer día de su larga y fructífera vida. Ha muerto una gran dama, una mujer íntegra que entregó su vida al servicio público y supo estar en el lugar que la tradición y las leyes le tenían reservado. Siempre fue consciente de que la monarquía constitucional debe personificar el Estado democrático, sancionar la autoridad legítima, asegurar la legalidad y garantizar la ejecución de la voluntad pública. Nadie podrá decir que no cumplió escrupulosamente sus obligaciones constitucionales, ocupara quien ocupara el número 10 y fueran cuales fueran los vientos políticos que soplaran en el Reino Unido, en Europa o en el mundo.

Hay personajes históricos que trascienden más allá de sus logros, de su país y hasta de su tiempo. Isabel II es uno de ellos. El inesperado ascenso de su padre al trono, tras la caprichosa, aunque feliz y oportuna abdicación de su tío, dados sus devaneos con los nazis, la convirtió en heredera de un vasto imperio que, bajo su reinado, ha ido reduciéndose hasta la metrópoli. Pero, aun así, los lazos sentimentales que siempre ha sabido mantener con la Commonwealth han permitido al Reino Unido seguir siendo un actor influyente en la política internacional. La reina encarnó la Corona y mantuvo siempre la mirada serena de quien es consciente de cumplir escrupulosamente con sus deberes. Depositaria de una larga tradición milenaria, sabía que, como dijo su primer ministro Winston Churchill, cuanto más se mira hacia atrás, más se ve hacia adelante y que sólo se puede dar sentido al futuro si entendemos las lecciones del pasado.

Con su muerte acaba el siglo XX, del que fue uno de sus grandes actores. No tanto en las decisiones como en el sentido del deber y del Estado. Y con él, parte de nuestra vida y de nuestra memoria. En momentos así, parece como si se parara la Historia. Por un instante, el mundo, que ha perdido una presencia longeva y constante, se siente, no sé si huérfano, inseguro o meramente desorientado. Su figura nos deja una lección, la de quienes antepusieron el deber a otras pulsiones humanas. Jóvenes o viejos, tenemos tanto que mirar hacia delante con confianza y esperanza, como hacia atrás con orgullo.

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