SERÁ verdad que tenemos la patria deshecha, la vida en suspenso, todo en el aire?". Unos meses antes de estallar la Guerra Civil, Pedro Salinas expresaba con este desgarro el desconcierto y temor con que vivían los españoles; era 1936 y pocos sabían lo que estaba pasando. Hoy, casi ochenta años después, no suenan los tambores de guerra pero la desazón no es menor. Ni la confusión. Ni la inquietud.

En menos de una semana, Barcelona y Madrid han congregado a miles de ciudadanos en las calles anunciando el otoño convulso que seguirá a la aparente normalidad de la vuelta a las aulas… El insolente martilleo del despertador, las escurridizas sirenas de los colegios, la tediosa espera en el centro de salud y hasta el insufrible atasco de los lunes. ¡Añorada rutina! En tres décadas de imparable avance democrático, nunca un curso lectivo se ha abierto con más anhelos de normalidad y más razones para la desesperanza. Recortes y reciclaje. Más alumnos en las clases y menos profesores. Material más caro por la subida del IVA, menos recursos en las familias y exigencias leoninas para acceder a las becas y a los programas de ayudas. Por primera vez en doce años ha disminuido el número de docentes -más de 500 interinos sin trabajo en Granada- y hasta Andalucía, que está haciendo bandera de la educación frente al Gobierno de Rajoy, se ha visto obligada a tocar una de sus apuestas 'estrella' renunciando al reparto de ordenadores. Aquí (de momento) no hay guerra de 'tuppers', pero no seamos ilusos: la situación de impagos de la Junta es crítica y, por mucha consecuencia que sea de la 'tijera' de Madrid, los ajustes afectarán a la calidad de la enseñanza como ya han golpeado a la sanidad (¿será verdad que Ana Mato quiere 'curarnos' las hernias con el timo de la ozonoterapia?) y como ocurrirá con los servicios sociales. Sin necesidad de citar a Salinas, el ministro De Guindos ya lo ha advertido en el Congreso: si la economía no crece en los próximos meses, no habrá dinero ni para las prestaciones más básicas. ¡Todo en el aire!

En el aire y en suspenso. Aunque a Rajoy le parezca un "lío" y a los nuevos responsables de TVE un tema de segunda -sólo unas semanas ha necesitado el PP para dinamitar la pluralidad de la televisión pública-, los catalanes han removido los cimientos del Estado y han dejado claro que el 'café para todos' no es suficiente. El clamor del pueblo catalán con la multitudinaria marcha del martes, la manifestación por la independencia más masiva de la etapa autonómica, no deja de ser la expresión de un problema histórico no resuelto. Tal vez sea una reivindicación inoportuna y oportunista y arrastra, sin duda, un creciente malestar social por los recortes, los agravios, la incomprensión y hasta el interesado debate de recentralización de competencias que está promoviendo más de un barón del PP. Pero no tiene vuelta atrás. Con o sin crisis económica, es responsabilidad de quienes nos gobiernan (y representan) buscar la fórmula para encauzar tanto los sueños soberanistas de Cataluña como el fin del terrorismo en el País Vasco en una España plural y diversa que no abra nuevas brechas Norte-Sur. Para Andalucía, no hay mayor riesgo que insistir en los tópicos e invocar falsos hartazgos. ¿"Fatiga mutua" decía Artur Mas? Si avanzar en el modelo territorial del Estado no es lo urgente para el Gobierno (ya avisó Rajoy en la entrevista del lunes que lo primero -y único- es cumplir el déficit), sí lo es abordar el problema de 'elefantiasis' de la Administración. Podemos hacerlo desde el disenso y la confrontación o desde la unidad, la coherencia y la solidaridad. Construyendo más España o permitiendo que se extienda la falacia de que la salida al túnel de la crisis es huyendo... Cambiemos 'independentismo' por 'federalismo' y atrevámonos a abrir, con valentía, el siempre aplazado debate del Estado federal. Pero en la misma mesa. Todos. En igualdad de condiciones. Sin chantajes.

¡Y sin patrias deshechas! Pocos lo verían, pero esta reivindicación también se sumó ayer a las consignas que arroparon el "¡Vamos, hay que impedir que arruinen el país!" de Madrid. Entre los millares de manifestantes que dibujaron la marea blanca y verde, había uno, granadino, sindicalista, de los históricos, que llevaba en la solapa las palabras de Salinas. A veces, la verdad 'fantasiosa' de la literatura, de la poesía, es la más clarividente. Y la que menos se deja prostituir.

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