Ojo de pez

pablo Bujalance

L a alternativa

TENÍAN razón mis padres: caer en la cuenta de que te haces viejo es una revelación dolorosa. Uno tiene la sensación de que hay alguien ahí fuera acelerándolo todo a mil por hora para que no haya manera de subirse al tren. La consecuencia directa es que lo que uno acostumbra a hacer se queda antiguo: me gusta comprar el periódico por la mañana al quiosquero y leerlo mientras desayuno en el bar; me gusta ir al cine sin tener que pasar antes por no sé cuántas tiendas de moda y sin tener que competir contra adolescentes rabiosos para llegar a mi sala; me gusta ir al teatro, maldita sea, al teatro, allí donde cada vez nos vemos menos (siempre los mismos); me gusta tomar un libro en peso, olerlo, hojearlo y todo ese ritual humeante previo a la primera línea; me gusta ir a la tienda a comprar mis discos (lo confieso, padre); soy de los que prefieren, todavía, llamar a alguien por teléfono para contarle algo antes que recurrir al electrónico (mi compañera Charo Ramos sabe bien de lo que hablo); me gusta más ir a buscar una pizza que esperar a que me la traigan; me gustan cosas que, según parece, cada vez interesan menos al resto de los mortales. Todas las industriales culturales, de ocio y de comunicación siguen cayendo en picado sin que al parecer haya remedio. Y yo me siento abuelo Cebolleta, pero sin bastón (aún).

Ante tal coyuntura, y por si acaso, pongámonos darwinistas y juguemos a la adaptación. Contemplemos con el mayor optimismo posible cómo todos estos vicios de vieja cotillona se van por la cañería y no hay más manera de leer el periódico, hacerse con un libro, ver una película, escuchar música y hasta visitar una exposición que a través de un click. El teatro y los toros han sido eliminados aunque tal vez quede alguna resistencia en vaya usted a saber qué sótanos. Todo es gratis, o muy barato. El ministro Wert ha accedido a bajar el IVA cultural al 2,5% ahora que no hay cultura, al menos real. Preguntarse si ésta es la alternativa es admitir que no la hay. A través de la Red, uno sigue exactamente el mismo camino para ver Perversidad de Fritz Lang y un vídeo en el que una concejal aparece masturbándose. La gratuidad ha implicado la imposibilidad de elegir, de distinguirse de aquello con lo que uno no quiere ser confundido.

No crean, entre apocalípticos e integrados me quedo con los segundos. Pero cuando llevaron a Indalecio Prieto a un ritual masónico, al terminar replicó: "Para esto, prefiero una misa". El problema no es internet, ni Wert, ni el IVA. El problema es que todo está vacío. Y que así muchos se sienten más cómodos. A costa de la vejez de otros.

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