Las amistades peligrosas

Como El Cid, hay que pedir que el rey jure en Santa Gadea y se permitan todo tipo de focos, lupas y registros

Cenábamos, hace dos noches, con la noticia de que la flamante fiscal general del Estado, la ministra, como quien dice, hasta hace un rato, del Gobierno que preside Pedro Sánchez, había encargado a un equipo de su departamento -independiente por definición- una investigación sobre si el rey emérito, don Juan Carlos I de Borbón, pudo haber percibido alguna cantidad del reino de Arabia Saudí, en supuesta compensación por sus servicios y atenciones, tras la adjudicación del tren de alta velocidad, encargado en su día a nuestro país, para atravesar aquel desierto de arena roja, de sol inmisericorde y de temperaturas insufribles por altas durante los días y en precipitado contraste termográfico en aquellas noches inmensas, estrelladas y románticas.

Pero lo que más parece interesar a la flamante fiscala general del Estado y ex ministra socialista de Justicia, Dolores Delgado; a la que se tragaron los jueces, sin patatas ni otra guarnición florida; es lo que supuestamente pueda haber hecho don Juan Carlos con esa, también, supuesta cantidad desde el momento en que abdicó la Corona en su hijo y heredero, don Felipe VI de Borbón y en caso tal y desde esa fecha, si se trataron de blanquear, ocultar o zafar de algún modo esos supuestos dineros porque, desde esa fecha -el 19 de junio de 2014- el ya rey emérito no disfrutaba de inviolabilidad alguna ni beneficio o distinción ante los tribunales de Justicia y tenía ya las obligaciones impositivas, como cualquier otro español.

Aparte del escándalo que el hecho ha supuesto en Europa; porque nadie podrá negar que sea una escandalera buena; es perfectamente legal que así se haga. Máxime tras las declaraciones -grabadas por un obscuro policía, que visita más la cárcel y los juzgados que su despacho en la comisaría- hechos por una fingida e impostada princesa de cuento negro, más propio de Edgar Alan Poe que de sus paisanos, los hermanos Grimm. Trajinera mujer de agitada vida y más agitados sueños, esta fullera princesa, que más parece araña venenosa y es muy conocida en los ambientes distendidos del dinero y del poder, que estuvo casada con descendiente de condes del medievo y que llegó a ser, como se decía en el papel couché de hace unos años, amiga íntima y entrañable de nuestro rey, dijo sobre él cosas referidas a supuestas varias decenas de millones de euros en cuentas de Suiza.

Llegados a este punto y ante declaraciones de amistades tan peligrosas, creo que, como El Cid, hay que pedir que el rey jure en Santa Gadea y se permitan todo tipo de focos, lupas y registros. Yo así lo pido, como deben de pedirlo todos los que, por románticas razones, seguimos siendo monárquicos en este dificultoso país que es España. ¿O no?

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