Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

A la andaluza

CUANDO un candidato gana de calle ya no se debe decir "a la búlgara", sino "a la andaluza", igual que las parrilladas de pescado y el gazpacho. Eso de "a la búlgara" es un barbarismo que conviene desterrar por distintas razones. Primera, porque la persistencia de los triunfos por aclamación de los líderes socialistas en Andalucía supera, si no los ha superado ya, a los de los míticos búlgaros. Segundo, porque las votaciones en los países del antiguo Bloque del Este siempre se ganaban con un discreto 98% (se reservaban dos puntos para la galería, es decir, para los búlgaros disidentes) y Chaves ya no se despega del ciento por cien (como mínimo) cuando somete a juicio su gestión. Y tercero, porque hay que promocionar los productos andaluces y ése, el de la estabilidad y la glorificación de Chaves, es tan genuino como el jamón de Huelva. La morcilla, por cierto, que Chaves introdujo en el discurso del viernes ("tranquilos, si me queréis para 2012, allí estaré") resume perfectamente las características de un poder tan anhelado por el césar como codiciado por los centuriones.

Luis Pizarro, el flamante vicesecretario general del PSOE, fue incluso más lejos: "Hay que sentar las bases para seguir gobernando otros 26 años". No aclaró si aún con Chaves y con él mismo al frente, una circunstancia que no nos debe extrañar a la vista de cómo progresa en la comunidad la investigación con células madre.

Creo que el PSOE no es consciente de que con esa fe en la invariabilidad del éxito y en la suprema pulcritud de las votaciones está diseñando una pesadilla que, antes o después, empezará a quitar el sueño a los militantes y, luego, a los andaluces. La inmutabilidad es, como nadie ignora, una de las máscaras de la angustia y, por mucha afinidad que se pueda tener con el programa de un partido y con el carisma de sus lideres, la simple de idea de vivir los próximos 26 años de tu existencia bajo el predominio socialdemócrata y la tutela política de Chaves y sus prohombres produce una desazón intensa e incluso una inquietud que aún podemos denominar kafkiana pero que pronto habrá que llamar (sí, como el gazpacho y la parrillada) a la andaluza.

Y no es que el PSOE tenga que forzar su derrota, no, pero sí mostrar que es voluble, versátil, humano. O al menos, transmitir esa sensación. Porque dos cosas son seguras: en el PSOE hay descontentos que resisten en corrillos y entre el electorado socialista hay un sector que vota desconcertado, espoleado por un imperativo moral que se va desgastando. Eso sí, con Javier Arenas en el frente contrario, Chaves y el PSOE tienen un seguro de vida.

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