Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Un año de pandemia

Igualados por la ruina y las deudas, la verdadera Internacional sin un duro nos convirtió en colectivo

Lo impensable sucedió y nos acostumbramos a vivir en esta alarma contínua. Así llevamos justo un año ya, en esta semilibertad perimetral vigilada, enmascarados, vueltos hacia dentro y alejados de nuestros semejantes. Con ansias todos de tacto, de roce, de buenas charlas cara a cara y sin horas límite.

La mente se adapta a todo, también a esta nada, incluso a este vivir de sobresalto en temblor de tierra y botellones con tifones y partes semanales de difuntos, de entierros en mitad del desahucio sin consuelo, de crispación en vacunación con susto de esta crispación constante que trastorna hasta a esta alarma que ya es costumbre.

Es ahí donde más nos duele a todos. En ese nervioso espasmo constante de estos políticos tan verdes -muy verdes- que, en mitad del desastre, se afanaron en su cálculo de costes en cargos, audiencias y votos. Van camino de que pidamos un "todos fuera que ya vendrán otros a trincar y quizás en el camino hacia el botín igual hacen algo" y todo. Cuando hasta las abuelas lo piden ya es mérito, ojo.

Igualados por la ruina y las deudas, la verdadera Internacional sin un duro nos convirtió en colectivo sin quererlo. Algo bueno habrá en lo malo: caímos en masa al abismo y el mal de muchos consuela en torno a unas cervezas, como cuando no teníamos nada más que sueños y esperanzas con algo por construir en colectivo.

El deshielo de este corsé gris-distópico ya llega. Hasta los anti-todo se contagian de optimismo. Empiezan los movimientos de ficha con quiebros al horizonte de esta quietud dañina. Empieza por los de arriba -Iglesias siempre fue más oportunista que coherente- para darnos espectáculo en las previsibles justas entre tribunos de la plebe de ese circo.

Se nos viene encima la primavera de los nuevos propósitos en la que rescatar el sabor de la vida viva, esa que entrevemos ya como una promesa lejos del nido, esta cárcel de un año entero que daremos al olvido. Seguro que fue porque sirvió para algo. El mundo se paró por un tiempo y pudimos ver la estación vacía y sin ruidos. Volverá el trajín y su inútil balumba a embotarnos los sentidos, pero ya no estaremos tan perdidos. Sabremos en mitad del desasosiego que algunos quedaron a nuestro lado para dar sentido a algo parecido a un destino.

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