Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

70 años del alma de Granada

El certamen ha proyectado la imagen más universal de la ciudad, a través de sus ofertas estelares

He comentado en otra sección el programa de la 70 edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, retando a las dificultades originadas por la cruel pandemia. El acontecimiento cultural con más proyección de la ciudad ha tenido distintas etapas, pero unidas bajo la idea de constante superación, basada no sólo en lo que los críticos, en sus comienzos, llamamos el recurso del 'marco incomparable', con el que se ha intentado salvar mediocridades, insuficiencias y cicaterías, sino algo más importante: el alma de Granada. Ya en el décimo Festival pedía 'criterios nuevos y audaces' que, en muchos aspectos han sido atendidos, para convertirlo en una convocatoria cultural de primera magnitud, alejada de un ciclo normal de cualquier sala de conciertos de cierto prestigio.

Porque el Festival no fue solo un acierto aislado de Gallego Burín, sino continuación de aquellos conciertos del Corpus en donde las orquestas y los músicos españoles más importantes desfilaban por Carlos V, entre ellos el mismo Falla que interpretó sus Noches en los jardines de España, concierto al que asistió Sergio Diaghilev, comienzo de un diálogo del músico con el creador de los Ballets Rusos -culminado con El sombrero de tres picos-, conjunto que ofrecería en 1918 un ciclo en el antiguo teatro Isabel la Católica, lugar emblemático para la escena y las voces del momento. Ese espíritu cosmopolita de la ciudad se demostró en el Concurso de Cante Jondo, organizado, en 1922, por el Centro Artístico -por donde desfilaban las primeras figuras de la música-, bajo el pulso de Falla y Lorca y con el apoyo de la intelectualidad de la época, engavilladas alrededor de un nombre universal, Granada, al que Debussy, Ravel, Glinka, etc. dedicaron profundas reflexiones musicales sobre el espíritu de una ciudad, como hicieron escritores y pintores románticos y posteriores. Y esa creatividad la han demostrado compositores y músicos granadinos en el certamen. Recordaré, por ejemplo, el colosal Réquiem, de García Román o Paraíso cerrado, de Juan Alfonso García.

Esa universalidad es un reto para los organizadores, fuera de localismos y olvidos de los grandes momentos estelares que le han dado categoría, en sus tres pilares básicos: el sinfónico, el de danza y los grandes directores y solistas, además del flamenco, a partir de los cuales pueden sumarse ofertas, atendiendo a las figuras que han prestigiado a la ciudad. Por eso he pedido que Lorca estuviese presente, con revisiones innovadoras de su teatro o las aportaciones musicales, como ocurre esta edición con los timbres audaces de George Crumb o propuestas de danza sobre su obra porque el mundo del poeta es clave para acercarse al alma de Granada.

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