Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Un apperley

Los cuadros del pintor que dedicó su vida a la belleza de esta ciudad suben de cotización en Estados Unidos

Me gustaba ir a algunas cafeterías del centro donde te podías pedir un Apperley con el café. El pastelito consiste en una torta de color rosáceo que se inspiró en la paleta del pintor que, armado con sus pinceles, recorría el Albaicín para inmortalizar sus rincones. Riquísimo pastelito y evocador de un gran pintor.

La ciudad tenía una deuda con este hijo adoptivo de sus calles al que se le dedicó un rincón en la Placeta de la Gloria. Allí luce una pequeña estatua del escultor Benlliure. Bien. Un recóndito lugar al que algunos se acercan para escuchar el rumor de una fuente que arrulla con su constancia acuosa el silencio del espacio.

Pero ese trozo de Albaicín luce abandonado. Los matojos se comen casi la contemplación de la pieza escultórica mientras que los cuadros del pintor que dedicó su vida a la belleza de esta ciudad suben de cotización y de renombre en Inglaterra o Estados Unidos. Granada siempre tan ingrata. Y así le va.

La gratitud siempre nos hace crecer. En lo personal y lo colectivo. Y si algo le falta a la ciudad es cuidar sus rincones más íntimos y evitar que la degradación y el descuido dé al traste con su principal activo que, si nadie lo remedia, puede quedar arrasado por las hordas de los botellones, el turismo de alpargata y tapa barata o la contaminación y el ruido que hacen cada vez más inhabitable un centro histórico a cada paso más desolado por la inoperancia de los que cobran porque la ciudad luzca como debiera, limpia, habitable y silenciosa, que para eso vienen a dejarse aquí los cuartos los únicos que buscan algo en este rincón del ancho mundo.

La placeta ya se planteó en tiempos llamarla como el personaje que la preside. Pero cayó esta iniciativa en el olvido. Y de tanto olvido granadino vamos camino de caer en la catatonia del Alzheimer colectivo. Sólo hay memoria politizada, pero escasea la que honra y da cumplida cuenta de lo que hemos sido. En este caso, patria de los que persiguen la belleza y, quizás, quedar en la memoria de aquellos para los que han vivido. En este caso, los granadinos.

No es tarde para rectificar, desempolvar expedientes y darle a Sir George Owen Apperley ese espacio que se ganó como deben ganarse las cosas, con constancia y perseverancia, virtudes que se merecen mucho más que ese riquísimo pastelito que ya es patrimonio de todos los granadinos.

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