El lanzador de cuchillos

El árbol de Falcone

A Falcone lo detestaban los mafiosos, los amigos de éstos y esa burguesía acomodaticia que siempre miró para otro lado

A los pocos minutos del atentado en que perdieron la vida el juez Giovanni Falcone, su esposa Francesca Morvillo y tres agentes de su escolta, centenares de personas se congregaron delante de la casa del magistrado en Palermo. Una ciudad aturdida tras la explosión que levantó quinientos metros de la autovía que lleva a la capital siciliana desde el aeropuerto de Punta Raisi, quiso manifestar su rabia y su dolor y eligió aquel lugar simbólico para gritar no a la violencia mafiosa. El ficus de hojas de magnolio, el árbol siempre verde que se encuentra junto a la acera, a pocos metros del portal, se convirtió así en símbolo de rebelión civil contra la dictadura de Cosa Nostra.

Veintisiete años han pasado desde aquel 1992 de bombas y de sangre. Veintisiete años de luces y de sombras, de misterios y errores judiciales, de interrogantes y verdades escondidas. Un tiempo en el que, a menudo, se ha impuesto la hipocresía y la retórica estéril de quienes fingen respetar a los muertos después de haberlos mortificado en vida.

A Falcone -y a Borsellino, asesinado junto a sus escoltas cincuenta y siete días después, cuando iba a visitar a su madre enferma- lo detestaban los mafiosos, los amigos de los mafiosos y esa burguesía acomodaticia que, como en Auschwitz o el País Vasco, prefirió siempre mirar para otro lado. Los que expresaban su malestar por el movimiento de escoltas, el ruido de las sirenas y el peligro potencial de tenerlo como vecino. Fueron cómplices de su muerte jueces envidiosos, políticos corruptos y periodistas vendidos a los intereses de la criminalidad organizada.

Pero, a casi tres décadas de distancia, hay otra Italia, íntegra y honesta, que sigue recordando puntualmente cada 23 de mayo - y cada 19 de julio, fecha del asesinato de su compañero y amigo del alma Paolo Borsellino- a los mártires de la legalidad, para que su ejemplo y su sacrificio no se pierdan en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Para que las nuevas generaciones sepan que la Europa que ahora renueva su Parlamento es deudora del trabajo honesto y valiente de aquellos incorruptibles hombres de Estado.

El pasado 23 de mayo, dos mil escolares bulliciosos se reunieron junto al árbol de Falcone, convocados por la fundación que dirige su hermana María y que nació para promover la cultura de la legalidad e inocular en los jóvenes la pasión del magistrado por la justicia. Dos minutos antes de las seis de la tarde -la hora del atentado- se hizo el silencio y un chiquillo colgó de una rama el papelito en el que había dejado por escrito lo que todas las personas de bien llevamos en el corazón: "Gracias por haber intentado mejorar nuestras vidas sin pensar en las vuestras".

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