la ciudad y los días

Carlos Colón

El árbol teatral de Carlos Larrañaga

ERA hijo de Pedro Larrañaga, estrella cinematográfica desde el mudo y productor e intérprete de La aldea maldita de Florián Rey, y de María Fernanda Ladrón de Guevara, que había debutado en 1913 en la compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza con el estreno de La malquerida de Benavente y reinó sobre los escenarios hasta 1959, estrenando obras de los Quintero, Marquina, Martínez Sierra o Benavente. Era hermano por parte de madre de Amparo Rivelles. Estuvo casado con María Luisa Merlo, hija de Ismael Merlo, y con Ana Diosdado, hija de Enrique Diosdado, primer actor de la compañía de Margarita Xirgu. Era padre de los actores Luis Merlo y Amparo Larrañaga.

Pertenecía, por lo tanto, Carlos Larrañaga a una estirpe de actores que lleva un siglo sobre los escenarios o ante las cámaras de cine y de televisión. Se puso por primera vez ante una cámara en 1941, con cuatro años, y este mismo verano, si la salud no se lo hubiera impedido, habría vuelto a los escenarios junto a su ex mujer María Luisa Merlo para interpretar una obra producida por su hijo Pedro Larrañaga.

De sus 75 años de vida se pasó 71 actuando. Sobre todo desde que, con 13 años, interpretó al escandalizado Paquito de Pequeñeces junto a Aurora Bautista, también fallecida esta semana (otras casualidades: el mismo día que murió Larrañaga lo hizo Bernardo Bonezzi, autor de la sintonía de Farmacia de guardia). A lo largo de estos 71 años interpretó más de un centenar de películas, dramáticos televisivos y series (sus cumbres en la tragedia y la comedia fueron Los gozos y las sombras y Farmacia de guardia); y casi medio centenar de obras teatrales que abarcan todos los registros, desde una comedia musical de Sandy Wilson a Pemán pasando por Paso, Williams, Sastre o Casona.

Espero que los más jóvenes, envenenados por la telebasura, no tomen a Imperio Argentina por la señora cuyos herederos se insultaban en los platós, a Rocío Jurado por la hermana y la cuñada de quienes estos días se exhiben en la pista del circo televisivo o a Carlos Larrañaga por el galán maduro que acudió a algún plató o fue perseguido por las cámaras a causa de algunos episodios de su vida privada. Porque fue mucho más que eso.

Hace unos años la Unión de Actores denunció que la invasión de la telebasura estaba arrinconando a las series televisivas. Olvidó añadir la trivialización de grandes nombres que la telebasura achica a su minúscula medida con o sin su consentimiento. Larrañaga participó un tiempo en este esperpento. Pero eso no empequeñece su talla como actor con 71 años de profesión, ni ensombrece su pertenencia a la aristocracia de la escena.

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