Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

El arte de mentir

Sánchez no es el único político democrático que ha devaluado la palabra y la verdad

Se ha repetido tantas veces que la mentira, el engaño, la tergiversación de la realidad, es decir la verdad, es hábito consustancial de los profesionales de la política que hemos acabado restando importancia a las palabras y los desvíos frecuentes de nuestros gobernantes o aspirantes a manejar la cosa pública. Cambiar de opinión no es delito -rectificar es cosa de sabios, se dice-, pero estar permanentemente en esa contradicción resulta, al menos, molesto. Con frecuencia recuerdo aquella frase del desaparecido y admirado José G. Ladrón de Guevara de "la verdad nos hará liebres". Señalaba, en aquellos tiempos de la dictadura, que decir la verdad, aunque fuese la nuestra, podría obligarnos a salir de estampida para no sufrir las consecuencias. La muerte o el exilio que sufrieron tantas personas durante la pasada dictadura fueron, en muchos casos, no por hechos físicos, sino por sus palabras, es decir por contar su verdad de las cosas.

Hoy, por fortuna, con los límites aún existentes, hablar y escribir no está prohibido, aunque a veces esté penado. Lo que no tiene límites es la mentira política, normal en una dictadura, en sus gobernantes y sus adláteres, pero inadmisible en una sociedad libre. Las mentiras políticas de hoy suelen ocultarse bajo la propaganda y la compra de la corte de intereses y los fanáticos propicios a adherirse al poder. Sánchez no es el único político democrático que ha devaluado la palabra y la verdad, con sus constantes cambios de ideas e incumplimientos. Es verdad que su obsesión de mantenerse en el poder le obliga a hacer concesiones, más o menos confesables, a quienes les apoyan en su empresa, caso de las exigencias de los independentistas y los herederos de los terroristas vascos. Pero la derecha también copia o tendrá que copiar sus métodos, con otros socios tan poco recomendables como son los de extrema derecha. Unos y otros mienten o tendrán que hacerlo, salvo que consigan mayorías absolutas, como le ocurrió a Felipe González hace cuarenta años, o como ha logrado en Andalucía Juan Manuel Moreno en las pasadas elecciones.

Pero lo insoportable es el cinismo de acusarse mutuamente de estar en el lado bueno o en el malo, de ser cumplidores o no de la Constitución -Sánchez gobierna gracias a los enemigos declarados de la Carta Magna-, documento utilizado en muchas ocasiones como arma arrojadiza, según convenga; de ser poseedores de la única verdad que los ciudadanos debemos tragar como si fuesen ruedas de molino. Es vital, por tanto, fomentar el espíritu crítico, la personal visión de las cosas que debemos ejercer día a día y no sólo ante las urnas. Cuando falta ese espíritu crítico, incluyendo a la clase intelectual y hasta en la periodística, la mentira puede acabar convirtiéndose en un arte.

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