Los frentes habituales han encontrado esta semana un espléndido cuadrilátero donde intercambiar sus previsibles misiles en forma de mensaje virtual, ondas o platós. En una esquina, por faltar al respeto a sus creencias, unos atacaban a una reinona canaria disfrazada de virgen erótica en un espectáculo carnavalero; era un chico que dice prepararse para ser profesor de religión en realidad, tómese usted algo. Un obispo disparó un misil a su propio pie al decir que aquel perreo irrespetuoso con el imaginario católico era más grave que un accidente aéreo que costó la vida a 154 personas. Con abogados como éste, quién quiere acusadores. Y sí: nadie haría un numerito así con Mahoma. Sí lo hicieron los de aquella revista de París, recuerden.

En la otra esquina, sin excusa carnavalera, y con morbosa falta de respeto, un autobús fletado por católicos fundamentales se pasea por la capital con un lema que sólo un tonto o un listillo que juega a despistado diría que expresa una "obviedad": que los hombres tienen pito y las mujeres chichi, pero por lo fino, que chirría más, da como asquito: decía "pene" y "vulva". El mensaje es que la transexualidad es inadmisible. O sea, que una chica -como la hija, ya hijo, de Warren Beatty y AnetteBenning, por ejemplo- que no se siente hombre en absoluto, sino mujer, no puede cambiar de sexo (y la recíproca para los chicos). Esas personas sufren a diario su exclusión, y la ley ampara su cambio de sexo. El tema no es fácil: se trata de menores de edad. Cosa que hace más doloroso el mensaje prohibitivo del bus.

Los defensores de la "naturaleza" y la "ciencia" -la ciencia también tiene facciones entre sus científicos- repudian el cambio de sexo (no el suyo propio, sino el de otros), aunque sus naturalezas fueran adiposas, enfermizas, artríticas o incapaces de dar una carrera: gracias a Dios, los humanos así sobreviven. No durarían un telediario en la "naturaleza" que esgrimen. Y podrían tener hijos que no son macho o hembra (heterosexuales). Y detrozarían la vida a sus hijos y su sexualidad -uno de los dones más bellos que nos da esa naturaleza, o Dios, si quieren- si éstos, como sucede con terquedad estadística, les salen "maricones" o "boyeras". Y no digamos si repudian su condición sexual "de fábrica". Censores natos; en no pocos casos, violadores de conductas ajenas.

Mientras, todo se pervierte en una línea intolerante, esta vez sin disfraces científicos en autobús: hemos sabido ayer que le dieron una paliza a un joven por su disfraz de femme fatal al grito de "maricona". ¡En el Carnaval de Cádiz!

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