¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La 'baraka' de pedro Sánchez

En democracia, esta situación se resuelve convocando elecciones, pero Sánchez no quiere poner a prueba otra vez su 'baraka'

En las próximas horas, Pedro Sánchez hará su entrada triunfal en La Moncloa. Pisará las mullidas y nobles alfombras de la Real Fábrica, olerá las caobas coloniales, criticará el gusto de los señores de Rajoy, contemplará el morir de la primavera en el jardín… En ese momento toda su sangre, sus pensamientos, sus instintos se podrán a trabajar en un único objetivo: que nadie lo saque de allí. En los últimos días, varios veteranos y buenos periodistas han comparado a Sánchez con Leopoldo Calvo Sotelo, uno de esos titanes que de vez en cuando produce la derecha española (marqués, ingeniero de Caminos, hombre de vastísima cultura…) que, tras estar menos de dos años en la Presidencia del Gobierno (desde el 25 de febrero de 1981, tras el tejerazo, hasta el 1 de diciembre de 1982, con la llegada de Felipe al poder), desapareció para siempre de la vida política española. La comparación es pertinente, pero si algo hemos aprendido en los últimos tiempos es a no menospreciar la capacidad de supervivencia de Pedro Sánchez, un hombre que tiene esa cosa misteriosa que los moros llaman baraka, una especie de bendición divina o de suerte cósmica que hace indestructible al poseedor. Baraka, decían los regulares, tenía Franco; y baraka, seguramente, tuvo Rodríguez Zapatero. Leopoldo Calvo Sotelo nunca la poseyó. Y así le fue.

No hay ninguna objeción a que un político quiera permanecer en la más alta cota de poder en España. El instinto de conservación forma parte de los genes de un gobernante. Rajoy, que lo tuvo muy afinado, lo perdió y se hundió para siempre en el sopor de la sobremesa del Arahy, entre copas de orujo y maldiciones. El problema, una vez más, son las matemáticas, otro de los principios que, junto a la baraka, rigen el mundo. El gran obstáculo de Sánchez no es la fragilidad de su grupo, con apenas 85 diputados, sino la volatilidad de los votos no socialistas que lo llevaron al sillón azul. Sánchez, sencillamente, no podrá gobernar en el sentido más pleno del término. Tendrá que navegar en el mar menor de la política española con la vela de unos presupuestos hechos por la derecha y disparando salvas en forma de gestos izquierdistas (una pizca de Valle de los Caídos, un fisco de plurinacionalidad, un comino de retórica podemista, una punta de feminismo…). El problema es que los tiempos requieren unas acciones de calado imposibles de abordar con la actual composición parlamentaria. En democracia, estas cosas se solucionan con elecciones, pero Sánchez no quiere poner a prueba otra vez su baraka.

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