SI acostumbran a leer mis disquisiciones en este rincón ya sabrán que tiendo a rebajar el tono durante el verano. Supongo que por seguir la corriente y no amargarme con este país de trincones y tramposos más de lo que ya lo hago durante el resto del año. Esa es al menos mi intención inicial cuando el termómetro empieza a marcar niveles sofocantes, pero el grado de desvergüenza últimamente anda tan en sintonía con el del mercurio que, francamente, me lo ponen muy difícil. Por otro lado, como viajero accidental, me gusta aprovechar mis peculiares escapadas para desintoxicarme y refrescar la temática.

Hace unos días tuve la oportunidad de compartir cabina con un amigo, transportista de pianos al que ya he mencionado alguna vez, y de comprobar una vez más los modos que subyacen en el carácter español en comparación con otros europeos y que son finalmente los que propician muchos de los males que nos lastran. Para los no familiarizados con la dinámica del transporte, digamos que existe un peso máximo autorizado para cada tipo de vehículo -el mismo en casi todos los países de la Unión- y que son los agentes de tráfico los encargados de controlarlos. Debido a su propia naturaleza, es el piano un instrumento particularmente pesado y no siempre resulta fácil cumplir con la limitación de carga. De modo que, atravesando el límite entre el länder alemán de Baviera y el de Baden-Wurtemberg por una carretera convencional, unos agentes nos dieron al alto y tras realizar las correspondientes mediciones determinaron que el vehículo excedía el peso máximo autorizado. Además de imponernos una multa de 255 euros, nos comunicaron que hasta que no se desprendiera de una parte de su carga, el vehículo quedaba inmovilizado y que no podría seguir circulando por la red de carreteras alemanas. La única solución que encontramos fue la de avisar a una grúa que remolcó el vehículo hasta la frontera, donde continuamos nuestra ruta.

Al llegar a España, y siendo la carga la misma, y por tanto también el exceso de kilos, la mala suerte quiso que otros agentes, esta vez españoles, nos requirieran para ir a la báscula. El resultado fue idéntico al que dimos en Alemania, pero en esta ocasión la sanción ascendió hasta los 3.000 euros, y nadie se planteó inmovilizarnos… Yo me pregunto: si el peso máximo se establece por motivos de seguridad, ¿es más seguro prohibir la circulación a un vehículo que lo excede o sancionarlo de forma desproporcionada pero dejar que continúe circulando los cerca de mil kilómetros que le restan hasta su destino? La próxima semana les daré una pista.

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