NO entiendo la manía de acusar a la derecha europea de pragmática. Las acciones de nuestros gobernantes no se adecúan, según la conveniencia de cada momento, a nuestra situación objetiva, sino que se guían por una fe ciega en que solo son viables los métodos del neoliberalismo. Eso es un dogma, no una praxis. A pesar de haber demostrado su altísima falibilidad, las decisiones políticas que están tomándose de forma mayoritaria en Europa van todas en la misma dirección porque los principios que las mueven son considerados como verdades absolutas. Pragmático es aquel cuyas ideas están sujetas a cambio y, por tanto, se transforman según las consecuencias que genere su aplicación. Darse calamonazos contra la pared no es pragmático. Sí lo sería, desde mi punto de vista, aceptar que la economía especulativa no es solo origen de un reparto injusto de la riqueza, sino que también es responsable de la quiebra general del propio sistema. Me cuesta calibrar eso sí, cuanto hay de dogmatismo y cuanto de cinismo en ignorar supinamente dicha realidad.

Hay quien diría que el cinismo de nuestros gobiernos es absoluto porque, de forma más o menos enmascarada, todas sus políticas están orientadas a proteger e incrementar la riqueza de los que ya ostentan el poder económico. Un poder económico con el que la clase política establece fuertes alianzas porque forma parte de él o tiene la esperanza de hacerlo. Los gravísimos casos de corrupción que padece nuestro país demuestran que, en alguna medida, es así. Sin embargo, la complejidad de nuestro problema no reside en esos pactos, sino en el hecho de que los tecnócratas en el poder estén convencidos de que el incremento de los privilegios económicos de una minoría traerá mejoras para la mayoría. Su cinismo no consiste en fingir que persiguen el interés general mientras, en realidad, persiguen el interés de unos pocos, sino en negarse a reconocer que para ellos el único interés general concebible es, de hecho, la riqueza de unos pocos. Dado que una convicción como esa no es lo que se dice popular, nos cuentan que hacen lo contrario. Y lo hacen, creen ellos, por nuestro bien.

Por nuestro bien, tenemos que aceptar que un partido ridiculice en la oposición medidas que es capaz de tomar en cuanto llega al poder y traicione el programa político con el que obtuvo sus votos. Tenemos que aceptar que un Gobierno afirme defender los intereses de las mujeres y de los trabajadores quitándoles derechos. Tenemos que aceptar la mentira y la inconsecuencia. Y, además, creernos que todo todo es por nuestro bien.

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