Tras esta bofetada

Quería hablar sobre la vida que se nos viene encima de nuevo, en la que uno espera que hayamos aprendido algo

Si bien parece ser cierto que, tras las largas semanas transcurridas; desde la declaración del estado de alarma por el Gobierno de nuestro país; la famosa curva cartesiana por la que hemos venido midiendo el estado diario de la pandemia coronavírica que estamos padeciendo comienza, muy lentamente, a descender tras haber alcanzado los que -nos han dicho- eran los picos de mayor acción, daño y efervescencia de la invisible y traicionera dolencia.

Se espera, pues, que todo, aún todavía muy poco a poco, vaya siendo menos peligroso, tomando con las debidas cautelas el rumbo hacia la aún lejana normalidad, aunque no por ello haya que bajar la guardia ni reducir las precauciones, porque el bicho anda por ahí, fuera de casa -y a veces dentro, sin saberlo- campando por sus fueros, sosteniendo aún en sus manos la maza amenazante del dolor, la enfermedad y de la muerte.

Pero habrá que ir estableciendo conclusiones para cuando todo esto acabe, porque ha de acabar, sin duda, aunque la erradicación verdadera no lo será hasta que las gentes de ciencia hayan descubierto alguna vacuna que nos de la tranquilidad que hoy tenemos respecto de otras enfermedades pandémicas y que antaño también hicieron sus estragos, mayores, si cabe, que esta que ahora tratamos de acorralar y dominar decisivamente.

Habrá que ir pensando en dejar de hacer bizcochos, pestiños, roscos o magdalenas, porque hay que ver lo que nos ha dado por la afición culinaria y la demostración de esas habilidades que, realmente -y todos lo sabemos- muy pocos tienen de verdad. Aún nos asombramos al ver cómo sube en el horno de casa una masa más o menos apetecible, salida de nuestras manos y batidoras. Y qué orgullo nos da del punto de dorado conseguido en su superficie. Como si lo hubiésemos hecho toda la vida. La cosa ha sido la busca de rutinas originales para hacernos distraer de la temible realidad.

La vida, eso, de eso quería un servidor hablar en la columna de hoy. La vida que se nos viene encima de nuevo -a quienes no la dejaron por el camino, claro está- la vida en la que uno espera y desea que hayamos aprendido a limar sus afiladas aristas, las uñas de sus zarpas, la certeza que ha venido ejerciendo para el corte, la herida o el enfrentamiento. Quizá ahora hayamos podido aprender -de esta bofetada tremenda- que es mejor ser paciente, tolerante y condescendiente con el carácter y las necesidades de todos los demás. Y así, seguro, tanto sufrimiento, tantos miedos, tanta enfermedad, soledad y ausencias definitivas, podamos decir que han servido para algo bueno, para algo mejor, al menos. ¿Sería verdad aquel refrán de que la letra con sangre entra? ¿O no?

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