La bomba

El Ayuntamiento y otros muchos creen que la pobreza se arregla escondiendo a los pobres

El Paseo de la Bomba se llama así por la Fuente de la Bomba, que se encuentra en aquel lugar desde principios del siglo XIX. A su vez, el nombre le viene a la fuente del parecido que la imaginación popular encontró entre su esfera metálica, de la que sobresalen las boquillas de los surtidores, y las minas marinas. Hoy día, esas minas nos son menos familiares que las ilustraciones habituales de los coronavirus: si la fuente se instalara este año, la imaginación popular la bautizaría como "la Fuente del Bicho".

Los fabricantes de armas y sus cómplices en los aparatos de los Estados (lo que el peligroso agitador comunista Ike Eisenhower llamó "el complejo militar-industrial") han querido convencernos de que la seguridad de un país consiste en poseer más bombas que los demás. El éxito de esta doctrina explica que, mientras se aplicaba la austeridad a otras partidas, el gasto militar de España creciera en 2019 un 10%, hasta alcanzar los 20.050 millones de euros. Esto le parece poco a Trump, que ocupa ahora el puesto de Eisenhower, y nos riñe (junto al resto de países europeos) cada vez que tiene ocasión.

Sin embargo, esa cifra multiplica por siete los 3.000 millones que, para escándalo de algunos, costará el ingreso mínimo vital que ha dispuesto el Gobierno para auxiliar a las víctimas económicas del Covid-19.

Hasta la bomba más básica nos cuesta mucho más de lo que costaría al Ayuntamiento de Granada proporcionar agua corriente a las familias que desalojó de la Azucarera de San Isidro y que malviven en un descampado de la Bobadilla. Como denuncia Médicos del Mundo, estas familias no pueden lavarse siquiera las manos porque no les permiten el enganche al agua corriente, ni aunque lo paguen.

El Ayuntamiento y otros muchos creen que la pobreza se arregla escondiendo a los pobres. Así sembramos el mundo de bombas sociales, pequeñas y grandes bombas de relojería que acaban estallando de un modo u otro. Pero el coronavirus nos ha enseñado que ya no podemos decidir que algo humano nos sea ajeno. Si a los gobiernos les importara de verdad la seguridad de la gente invertirían menos en armas y más en desactivar las bombas, cercanas o lejanas, de la miseria y la enfermedad.

Cuando por las boquillas de la Fuente de la Bomba surge el agua, deja de parecer una mina explosiva o un virus letal y produce una musiquilla alegre: lo que cambian las cosas cuando hay agua.

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