La borrasca

Discutimos por lo efímero del día y bajamos la cabeza sin más solución que la de dormir… un día más

Hoy tocaría decir que quedó atrás, que todo está arreglado, que la vida volverá donde la vimos nacer. Pero no. Desde el año pasado la vida amanece en una suerte de monotonía de la que no logramos escapar. Y cuando un día amanece como Dios manda, ese mismo Dios coloca un obstáculo. Y otro. Y otro. O acaso no sea Dios y seamos nosotros quienes empleamos a fondo años para joderlo todo…

Uno, talludito en estas lides, siente, como la sociedad que nos emplea a diario, que se quedó sin migajas en los bolsillos, vacío y completamente desfondado. Quedarán lagunas para el final, picos de sierra como dicen, pero hoy no terminamos de aprender a nacer entre marañas de incomprensiones, incertidumbres y sinsabores.

Y ahí vamos. Como el día. Uno llueve. Otro también. Semblante serio, ininmutable, sin apenas afligirse por nada. Y a la hora de comer, entre cucharada y cucharada, miedo. Mucho miedo. Pocas fuerzas por defender este trozo de parcela que hace más de cincuenta años tus padres te asignaron con ilusión. Como hicimos nosotros con hijos ahora ocultos, silentes y distanciados. En ocasiones, las menos, aparece una esperanza sin rigor, sin premeditar, sólo porque el día cedió unos rayos de luz a la última tragedia de la historia más reciente. Pero la nube vuelve. Siempre vuelve. Y con ella el desasosiego y la desilusión que provoca nuestra incapacidad para resolver el eterno crucigrama…

Negacionista del telediario, de las cifras de muertes, de la imperturbable música que hace un año nos acompaña impertérrita. Es sólo la inercia quien conduce a una clase de futuro donde por paisaje se adivina el negro. La costumbre: seis mil contagios, trescientas muertes… no quedan UCI. No queda mundo donde esconder esta maldita suerte, donde revocar tantas y tantas frustraciones, donde quemar en hoguera tantos y tantos desencuentros.

Para nuestra generación, lo peor es que provenimos de un pasado que genera en el alma imborrables recuerdos que no volverán. Para la generación que nos sigue, aún no adivino que podrá ser peor. Y en mitad, discutimos por lo efímero del día y bajamos la cabeza sin más solución que la de dormir… un día más…

¿No seremos capaces de enseñar a los que vendrán que este mundo nunca fue así? ¿No seremos capaces de sacarlo a flote aun renunciando a nuestras alegrías, nuestros encuentros y nuestra convivencia cercana? ¿No seremos capaces de volver la tortilla, que nuestra ansiedad se convierta en motor, de dotarnos de paciencia hasta que un día esos hijos puedan volver a correr, a saltar, a disfrutar? ¿No seremos capaces de construir mundo quedándonos en casa? ¿No podremos hacerlo? ¿De verdad somos incapaces de predicar con sacrificio?

Aunque sólo sea por vergüenza… Sólo por nuestra vergüenza… por lo mucho que debemos…

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