Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Y el bravucón enmudeció

La derecha radical se dirige, como en toda Europa, a las vísceras, porque si lo hiciera a la razón provocaría carcajadas

Al final, el gordito "gafotas cuatro ojos, capitán de los piojos" se hartó del bravucón del patio, dio un puñetazo en la mesa y lo dejó solo y abatido en una esquina. A la "derechita cobarde" se le acabó la paciencia y estalló contra la "derecha fanfarrona". Cuando Vox planteó la moción de censura todos fuimos conscientes de que más que contra el gobierno iba contra el PP. Era imposible que triunfara y el anuncio de que lo primero que haría el señor Abascal como presidente del gobierno sería convocar elecciones recordaba tanto a la promesa similar de Pedro Sánchez, que todos sabíamos que era un brindis al sol.

Cuando José María Aznar sufrió el atentado de ETA, escuché a alguien decir que esa mañana había subido Charlot al auto y se había bajado sir Anthony Eden. Del caricato al hombre de estado a través del bigote aznariano y con una bomba de por medio. Pablo Casado sólo ha necesitado entender que radicalizarse era la mejor manera de hundir a su propio partido, renunciando a sus principios conservadores, liberales y democristianos. La derecha radical, autoritaria, nacionalista, antieuropea y antiliberal que representa Vox, obtuvo el voto del enfado de muchos electores con la situación socioeconómica de España. Pero el cúmulo de despropósitos casa mal con una derecha europea civilizada y tolerante. En democracia no hay rivales, sino adversarios, por mucho que se empeñen a izquierda y derecha en resucitar agravios históricos -más inventados o tergiversados que ciertos en muchas ocasiones- para crear enemigos políticos.

El populismo de Vox se plasmó en el discurso de su líder que, sabedor de que no tenía opción alguna de ganar la moción y gobernar España, enhebró una sarta de bravuconadas, retórica hueca y catastrofismo apocalíptico que sirvió para dejar claro que más allá del griterío, las acusaciones y la inducción del miedo como arma política, ni hay programa, ni probablemente lo haya nunca. Salvo que entendemos como tal las boutades del señor Ortega sobre las elecciones durante el franquismo, los recursos a los morriones de los Tercios de Flandes, el paseo diario del féretro de Blas de Lezo y los abrazos con Le Pen, Wilders, Salvini y demás fauna europea de discutible pedigrí democrático. Y es que esta derecha radical, antiliberal y autoritaria, se dirige, al igual que en toda Europa, a las vísceras. Porque si lo hiciera a la razón sólo provocaría carcajadas.

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