Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La brecha sexual

Las prácticas al uso en la red distan de la realidad y del gusto general de las mujeres

Ayer, mientras desayunaba -café y tostada, que no magdalenas de la Tía Carmena- leyendo el artículo de Luis Sánchez-Moliní en estas páginas (Porno y juego), en curiosa coincidencia daban cuenta en la radio de un fenómeno contemporáneo que no está bien ponderado, sin duda por el tabú consustancial al mismo: el adelanto hasta la niñez de la edad en el consumo de porno. Le entradilla del artículo decía: "Cuarenta años después de su legalización por la democracia, porno y juego se han convertido en problemas de primer orden". Lamento comunicarle que, según la estadística, usted o yo, y bien puede que los dos si es que usted es hombre, nos metemos de vez en cuando en una de esas páginas que, lejos de ser objeto de contrabando o viaje a Perpiñán como en otros tiempos sucedía con ciertas revistas o con El último tango en París, están tan disponibles y son tan gratuitas como el aire que respiramos. Somos los hombres los grandes pornófagos. Bueno, grandes y pequeños: al menos uno de cada cuatro varones se ha iniciado en el consumo de contenidos pornográficos en internet antes de los 13 años, y el primer acceso se adelanta a los 8 años. Según el estudio, que proviene de la Universidad de las Islas Baleares, esto tiene consecuencias como el aumento de las prácticas sexuales de riesgo y del consumo de la prostitución, y también de la violencia sexual desde edades tempranas, o de la moda fatal de los comandos de tiarracos que buscan sexo en grupo, con mayor o menor consentimiento y con la chica -joven, quizá borracha o drogada- en completa minoría. Las criaturas, lo que ven, y permitan la negra humorada.

Los más jóvenes ven y creen normal lo que, por suerte o por desgracia, no lo es: el atletismo sexual y las prácticas -cómo decirlo- ubicuas propias de las grabaciones disponibles en la red de todos los prodigios y todos los engaños. Hace unos días, escuché a una mujer decir que si algún tipo de pornografía le podía apetecer es la lésbica, porque, cito textualmente, "en ellas se hacen las cosas que nos gustan a las mujeres". O sea, que los hombres, y desde bien chiquititos, ven imágenes de un sexo que a la mayoría de las mujeres -opino- desagrada o no interesa. El asunto supone una brecha de género con efectos diferidos, quizá devastadores para la libertad sexual. Esta libertad ha encontrado un punto de fuga perverso: no ya por las perversiones sexuales, que allá cada uno con lo que no tiene enmienda, sino la perversión que propicia un mundo ideal que cambia belleza y placer por morbo puro. Y duro. Desde niño.

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