¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El buen colono

Sería una completa injusticia introducir en el mismo saco a todas las colonias, a todos los países y a todos los colonos

No tiene buena fama el difunto colonialismo. Algunos historiadores como Julián Casanova (que demasiadas veces habla desde un púlpito de una unanimidad que no existe) señalan a este fenómeno como el primer laboratorio en el que se incubaron algunos de los atributos más violentos y brutales de lo que luego serían los estados totalitarios, tanto fascistas como comunistas. Las colonias, según estos autores, acostumbrarían a las poblaciones europeas al racismo más descarnado, al maltrato sistemático de grandes bolsas de población, a los genocidios, a la explotación laboral extrema… Hay mucho de verdad en estas teorías y ya en su tiempo hubo quien lo denunció con firmeza, como Joseph Conrad, algunas de cuyas obras, quizás las mejores, son una ácida crítica a ese fenómeno de la expansión global del mono europeo. Asimismo, el avance de la historiografía lleva décadas poniendo en evidencia la dureza con la que Occidente actuó en sus colonias, con casos extremos como el del Congo Belga, en el que se produjo un auténtico apocalipsis bajo las órdenes de un monarca que llegó a ser considerado por sus coetáneos como un auténtico filántropo, Leopoldo II. Por cierto, que gran parte de este sadismo social se produjo con la bendición de esa misma ciencia que en estos tiempos pandémicos hemos elevado a los altares. No todo lo malo vino del militarismo y el capitalismo, sino también del cientifismo y el progresismo.

Pese a lo dicho, sería una completa injusticia, además de una falta de rigor histórico, introducir en el mismo saco a todas las colonias, a todos los países y a todos los colonizadores. El fenómeno del colonialismo en los siglos XIX y XX fue muy plural y desigual y, esta vez, como tantas otras, los españoles, incluso bajo la dictadura, dimos una lección de humanidad a otras potencias democráticas. No pretendemos idealizar las colonias españolas como el Sáhara o Guinea, apenas unas tirijalas que demostraban el poquísimo peso internacional que tuvo España desde la Guerra de la Independencia hasta el binomio Juan Carlos I-Felipe González. Pero sí hay que reivindicar la labor de tantos hombres que allí dieron lo mejor de sí mismos, algunos de los cuales aún viven: militares, guardias civiles, médicos, maestros, misioneros, ingenieros, taberneros, marinos… De ellos hemos heredado un buen número de historias y relatos apasionantes, algunos recogidos en libros y documentales, pero otros desgraciadamente desaparecidos para siempre con la muerte de sus protagonistas. Otra memoria histórica de la que nadie quiere hablar.

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