El buen educador

Las experiencias educativas nos hacen ser conscientes de que el título de padres no certifica que estemos en posesión de la verdad

El temor a perder lo que más queremos. O, simple y llanamente, miedo. De lo que espera en un futuro demasiado incierto. Los queremos. Renunciamos a todo por ellos. Y termina siendo como el médico: ¿Mejor el que cura, o el que previene? Y ya no es que no vengan con manual de instrucciones. Es que ni tan siquiera hay fórmulas que aseguren el éxito. Cursos, ponencias, seminarios… enseñan cómo ser buenos padres, los mejores padres. Y luego… luego fracasamos como cualquier otro. El riesgo de vivir continuamente junto al precipicio. El fracaso escolar crece a ritmo agigantado, y ese fracaso no se corresponde con ser rico o pobre, con que hayamos asistido o no a cursos, con que no les falte de nada…

Psicólogos, maestros, pedagogos, policías, magistrados, fiscales… todos dibujan el fracaso educativo. Realizan diagnósticos precisos. Describen con exactitud las consecuencias e inadaptación social provocadas por una deficiente gestión educativa en el ámbito escolar y familiar… pero también todos, sin exclusión, cuando llegan a su casa, en bata y zapatillas, disponen los mismos motivos de preocupación y escasez de soluciones que nosotros. En la búsqueda de lo mejor, sienten el temor a no dar con la tecla adecuada y que todo salte por los aires. Castigan y regañan. Como nosotros. No. No hay manual.

Es ley de vida enseñarlos a vivir. Yo trato de aprender, de decidir con prudencia qué ámbitos requieren cada vez más de su exclusiva individualidad, qué otras decisiones deben paulatinamente incorporarse a su proceso de maduración, cuáles deben continuar aún mediatizadas por sus padres. En eso debiera consistir educar, en encontrar un adecuado equilibrio a un proceso esencialmente cambiante y transformador. El proceso educativo solo puede corregirse y adaptarse a través del conocimiento de diferentes experiencias educativas. Debemos intuir la solución a cada problema desde la complicidad con padres, educadores, agentes sociales. En esta multitud de experiencias educativas, encontraremos herramientas que contribuirán a corregir y moderar nuestros errores y vacilaciones, o cuando menos, a ser conscientes que el título de padres no certifica que estemos en posesión de la verdad. Ese será el escenario. Desde lo más simple del día a día: nuestros pellizcos, las felicitaciones, los juegos, las sonrisas, las regañinas, nuestras reprimendas, los castigos…

Decía Epicteto de Frigia, filósofo grecolatino, que "acusar a los demás de los infortunios propios es un signo de falta de educación. Acusarse a uno mismo, demuestra que la educación ha comenzado". Mirando a mis hijos, se antoja que es un buen comienzo.

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