Reciclarse o morir. Esto deben de haber pensado las cabinas de teléfono de la capital con la implantación del monopolio de la telefonía móvil. Ya que nadie las usa para su original función, al menos siguen dando un servicio al ciudadano: informar sobre todo tipo de actividades, ofertas y anuncios. Desde clases de contabilidad, guitarra o flamenco, hasta reuniones de tupper-sex, pasando por encuentros solidarios y ofertas de habitaciones en alquiler. Sólo les falta tener el número de la policía y los horarios de los autobuses para desbancar a las guías amarillas.
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