Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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La cabra de juan ramón jiménez

Pese a que nunca estuvieron bien vistas las interacciones entre humanos y animales, estas han tenido lugar

Los científicos de la Organización Mundial de la Salud siguen pensando que el Covid pasó de un murciélago a un humano. A los animales no solo nos los comemos para sobrevivir. Desde tiempo inmemorial, mantenemos con ellos unas relaciones ambiguas, tan pronto los matamos y nos los fileteamos, como nos liamos con ellos; les traspasamos el alma o la recibimos de ellos, en la transmigración. Así lo dice Platón en el Fedro. Las mitologías están llenas de dioses que se disfrazan de cisnes, de palomas, de bueyes para dejar embarazadas a mujeres. Ahí tenemos el caso de Leda, de Europa o de María. La cercanía e interacción de los animales con los seres humanos y de los seres humanos con los animales, pues, viene de antiguo. La zoofilia, de todas maneras, no ha disfrutado de buena prensa en el imaginario colectivo, más que nada por lo improductiva, y ha sido condenada por moralistas y teólogos, olvidando la intervención de aves, bovinos y otros animales en la gestación de sus leyendas fundacionales. Las sirenas atraían y perdían al seducido. Ulises las evitó, atándose al mástil de su nave. Melusina fue un hada francesa que se casó con un príncipe para conseguir un alma humana. Se convierte en mujer por amor, tiene hijos (algunos deformes) y cumple como princesa. Sin embargo, años más tarde, Raimondi, su marido, incumple la promesa que había hecho a Melusina; la única condición impuesta por esta: jamás intentaría verla los sábados. Pero la espía por el ojo de la cerradura y descubre su secreto: Melusina es mitad mujer y mitad serpiente. Ella huye entonces como serpiente alada. Una serpiente también está en el origen de nuestra defectuosa condición humana. Cada oveja con su pareja, proponen y sancionan leyendas y mitos. Pero para consolar a los feos, a los disformes y a los licántropos, una leyenda los salva: la de la Bella y la Bestia. Pese a toda advertencia venida de la moral o de la religión, los seres humanos mantenemos unas relaciones afectuosas con los animales. Todavía añoro a mi burra Celestina. Hasta el exquisito J.R.J., en el poema La Cabra, muestra su amor por este animal. No es de extrañar, pues, que de esta cercanía, de este roce ancestral entre animales y seres humanos, a veces, se desprenda algún daño. Y que, de tanto acariciar un gato que se ha comido un murciélago, nos salte al genoma algún virus cabrón.

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