Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Los caminos de Interior son inescrutables

ES infrecuente que un ministro de Interior advierta en una comparecencia informativa, como lo advirtió Alfredo Pérez Rubalcaba hace una semana, de la inminencia de un ataque terrorista o de la posibilidad cierta de un secuestro. Tales avisos, cuando los hay, suelen circular exclusivamente por los conductos que intercomunican los servicios secretos y las fuerzas de seguridad. La cautela en el combate del terror es un valor, digamos, sagrado que suelen respetar todos cuantos forman parte de la lucha contra ETA y el resto de grupos de fanáticos criminales. Sin embargo, en ocasiones como la citada arriba, ese valor supremo es en apariencia roto por unos de los responsables máximos de la seguridad del Estado.

¿En apariencia? Veamos. Cuando Pérez Rubalcaba lanzó la alerta ante un ataque inminente se armó un alboroto considerable. La derecha mordió el anzuelo con una delectación morbosa y puso de vuelta y media al ministro del Interior por su incontinencia y su escasa destreza para conducir la lucha contra ETA a pesar de los extraordinarios resultados logrados en los últimos años. En un momento, todo lo hecho contra ETA y su entorno se esfumó o pasó a un plano inferior. Sólo importaba el patinazo y las protestas obtenidas con sacacorchos en los sindicatos policiales para engordar titulares. Sólo unos pocos mantuvieron la prudencia o mejor dicho el sentido común, y apostaron por esperar. El propio Gobierno, al día siguiente, descubrió a los ciegos la verdad de perogrullo: era una táctica. Pero no bastó. Hasta que este fin de semana la Guardia Civil se incautó de un vehículo cargado de armas y explosivos cuando era conducido a Portugal para abastecer la nueva sucursal terrorista, cometer atentados y perpetrar algún secuestro. Cuatro etarras cayeron. Dos en el país luso y otros dos en Francia.

A mí siempre los ministros del Interior, en los momentos decisivos de la lucha antiterrorista, me han inspirado confianza y respeto. Al margen de nombres y de ideologías. Creo sinceramente que se la merecen. Y Pérez Rubalcaba en este caso la merecía. Creer que el ministro del Interior había cometido un desliz sin precedentes y de graves consecuencias era una ingenuidad de gran provecho para los detractores del Gobierno. Pero era inverosímil precisamente por ser insólita, ingenua e indigna en un ministro que cuida de la seguridad pública.

No es éste artículo una defensa de Pérez Rubalcaba (si acaso lo es de la eficacia de la lucha antiterrorista) sino más bien un elogio de la continencia cuando el enemigo cruza España con un furgón cargado de bombas.

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