En el campus

No pensemos que los comportamientos irresponsables son la norma. Solo llaman más la atención

Hace unos días volví a mis clases en el Campus de Cartuja. En latín campus significa "llanura", así que ese campus debe de ser al que menos le cuadra el nombre de todo el mundo; porque en él todo son cuestas. Los martes y los jueves veo estudiantes que suben a pie las cuestas, cuando aún amanece, hacia sus facultades. Los lunes y los miércoles veo estudiantes que bajan esas mismas cuestas a las 21:30, ya de noche. En las aulas se sientan, con sus mascarillas, donde les han dicho que se sienten. La mayoría, en mis clases, han leído los textos que les he recomendado que lean. Esta semana, textos de Thomas Hobbes y Piotr Kropotkin.

Kropotkin fue un príncipe ruso al que le cambió la vida pasar unos años en las llanuras de Siberia. Era entonces un joven militar y aquellas llanuras fueron para él un verdadero campus. Allí, observando a los animales salvajes y a los pobladores de las estepas, descubrió la importancia de un principio compartido por las especies mejor adaptadas: el principio de la ayuda mutua.

Mientras para Hobbes la condición fundamental del cumplimiento de las leyes es el miedo de los súbditos al soberano, Kropotkin señala que, paradójicamente, los Estados sobreviven gracias a la ayuda mutua. No es posible que un policía vigile en todo momento a cada individuo; la sociedad funciona principalmente porque la mayoría de la gente tiende a cooperar de forma espontánea. No es la mezquindad, sino la cooperación, lo que más abunda.

Leo que la policía nacional va a reforzar a la policía local de Granada en la lucha contra los botellones ilegales y las fiestas en los pisos de estudiantes. Como soy menos optimista que Kropotkin, creo que los controles son necesarios. Pero no pensemos que los comportamientos irresponsables son la norma. Estos llaman más la atención, igual que la violencia ocupa más portadas que la más frecuente convivencia pacífica.

No es noticia, en cambio, el estoicismo con el que estudiantes embozados atienden a duras penas las explicaciones de un profesor de gafas empañadas cuyos labios no pueden ver. Tampoco es noticia el altruismo con el que la mayoría del profesorado de todos los niveles educativos está dispuesto a hacer estos meses de pandemia más de lo que le obligan a hacer sus contratos. Kropotkin diría que si fuéramos capaces de dedicar más recursos a nuestras escuelas y campus ahorraríamos en la factura de la policía.

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