Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Ese cante primitivo

La dificultad de entender el flamenco nos ha mantenido a muchos lejos de semejante joya

Hay ciertas músicas deliciosas que rasgan el alma y te devuelven a la vida. El flamenco es una de ellas. Sale del alma y a ella llega casi sin filtros. Desde la sencillez de una voz, unas palmas, un taconeo y una guitarra. Confirmas al oírlo que lo esencial es lo más necesario. Pero, justo por esa sencillez tan elemental, la dificultad de conectar, entenderlo, apresarlo desde el intelecto, esa herramienta hiper atrofiada en esta sociedad del cansancio infinito.

Esa dificultad de entenderlo nos mantuvo a muchos lejos de semejante joya. Hasta que un día, en alguna cueva, de madrugada, entre copas y sudores se te coló como un duende. Y ya se quedó. Lo recuerdas como aquel instante en que se cuadraron el tiempo y el espacio, con aquel tipo de pelos largos, una guitarra y tú, traspado por el quejío que, cuando aún era cosa de marginales tan solo, algunos llamaban despectivamente 'ese canto primitivo'.

De aquellas orillas lo sacó el Centro Artístico hace un siglo para ponerlo en donde se merecía, nada menos que en la plaza de los Aljibes de la Alhambra allá por 1922. Lo rememoraban en la sede de esta institución cultural granadina la semana pasada en la presentación del programa con que celebran aquella feliz iluminación de unos cuantos socios de mente abierta (Falla y Lorca entre ellos) que, con coraje y poniendo hasta de su dinero, dieron un lugar entre la alta cultura a lo que todavía se consideraba como desaconsejable para la gente fina de la ciudad, esa que aún hoy sigue desconfiando de los que viven por el Sacromonte o el Albaicín, zonas que nunca pisaron por estar llenas de 'esa gente rara' que, como se ve, hace grandes cosas.

Los que no somos entendidos seguimos hechizados por la magia que rodea todo lo flamenco. La pureza inclasificable de un baile y un cante con raíces tan ajenas que chocó con las estructuras bienpensantes, necesitadas a la larga de algo que les despertara de su letargo antiguo, ese que hay que dejar a un lado en lugares como la Peña de la Platería, verdadero faro del buen cante, ese que ilumina de cultura la ciudad desde un Carmen primoroso del Albaicín más recóndito.

Hasta allí iremos, y al Centro Artístico, a aprender, a celebrar, a compartir la dicha contagiosa de cada seguiriya, de los tarantos, de un buen taconeo o, en fin, de esas charlas de amigos lejos de lo oficial que es donde se rescata uno para las verdadero.

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