Cambio de sentido

La cara del que sabe

Con el tiempo, los abusones del cole serán 'haters', maltratadores, psicópatas, poderosos

Entre las noticias virales del virus, en estos días se ha colado otro tema viral con ingredientes "de interés humano" (recuerden que, en el mercado de la información, un millar de muertos es una cifra; contar la desdicha de uno solo es noticia). Se trata del vídeo en el que un niño con enanismo dice que se quiere matar porque está sufriendo acoso en el cole. Las imágenes conmovieron momentáneamente, sin necesidad de moverlos de su sofá, a millones de personas. No es bonhomía, sino reacción emocional básica, la de quienes sienten al ver estas imágenes un minuto de amor universal y a continuación probablemente quieran partirle las piernas, literalmente, al sosias que los confronta y cuestiona, como le suele pasar habitualmente al tuitero Camilo de Ory. Al ratito ya se estaba diciendo por las redes que todo aquello era un montaje, que el niño no era tal. No hubiera sido la primera vez que, como en Divinas palabras, se hace caja con Laureaniño el Idiota. Las páginas antifakes desmontaron el bulo de que todo era un bulo. Efectivamente, todo esto es un bodrio poliédrico. Estoy segura de que, como sucede en los casos de bullying, en varias estribaciones de esta historia están ubicados los tontos-listos. De ellos quiero hablarles, y de sus inconfundibles caras.

"En la escuela, al salir del recreo/ al patio empujándose,/ si ves a uno que lo llaman/ el Capacobardes/ que le escupe en la oreja al tonto/ de la clase/ y se planta aguardando/ que el otro se arranque,/ helados de vidrio verás allí/ los ojos del que sabe". Así dice Agustín García Calvo de los matones de la clase y de las malotas abusonas, de esos menores con problemas de autoestima que reaccionan ante su propio miedo atacando a quienes saben que son buenos, mejores o distintos. El problema de los abusones del cole no sólo es el daño que provocan a otros menores. Más terrible aún si cabe es que crecen y, si nada lo evita, se convierten en guais de plazoleta, en chulas de falla narcisista, en pequeños nicolases, en necios influencers y haters, en psicopatillas sin diagnosticar, en ideólogos, en poderosos. Por eso me gusta, a pesar de la espectacularización y viralidad, ver a ese chiquillo tomado de la mano de un jugador de su equipo de rugby. A ver si se van enterando abusones y palmeros de todo rango que los demás no estamos solos sino juntos, que no miramos a otro lado sino a sus ojos, que nos hemos quedado con sus caras: todas ellas son la ridícula cara del que sabe.

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