Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

La caroca

HE leído con atención la caroca homófoba que han colgado en la Plaza Bib-Rambla, y que ha provocado una protesta de partidos y organizaciones, y lo único que aprecio digno de reprobación pública es su intensa mala sombra. Pero la mala sombra es uno de los componentes esenciales de las carocas. Así que, queridos amigos, se trata de una caroca perfecta. Sin ese tono despectivo y cateto, sin los presupuestos machistas y papanatas que sostienen ese sentido del humor de plaza de abastos, sería otra cosa. Cualquier granadino profundo es un experto en carocas. Mis recuerdos del Corpus están unidos a aquel via crucis por los bordes de la plaza con su árboles en flor. El miércoles mis mayores endomingaban al niño y salían con él a cumplir un rito circular que tenía mucho, ahora lo comprendo, de descenso dantesco a los círculos del infierno donde reposa, acosado por diablillos amuermados, el sentido del humor granaíno.

Mis padres, mi abuelos, mis virgilios, en fin, me conducían de la mano por aquel mundo en verso donde dormían las raíces más hondas de la malafollá. Alguien de la familia iba musitando las quintillas como si fuera la letanía del rosario (o los misterios gozosos, pues misteriosas eran las claves que hacían gozar a los adultos) y luego todos nos quedábamos en suspenso unos segundos, el tiempo necesario para que surtiera efecto aquel singular brebaje de ripios. En un momento dado, el cabeza la familia abocetaba una sonrisa, lo que constituía una especie de aviso, de nihil obstat para que los demás aflojáramos los músculos faciales y concediéramos una mueca entre divertida y patética a la quintilla.

He dicho al principio que he leído en voz alta varias veces la caroca de la discordia y que solo encuentro caroquismo destilado. ¡Pura esencia, vamos! La quintilla dice así: "El turismo homosexual / promueve Diputación / dicen que mueve un pastón/ contento está mi Pascual / que es un poco maricón". En el franquismo los autores de carocas tenían un recurso para salvar las palabras malsonantes que consistía en escribir la primera letra y añadir puntos suspensivos. Así: "contento está mi Pascual / que es un poco m...", y la gente se partía ostentosamente de risa para demostrar en público su sensibilidad para captar el humor inteligente. Esa ha sido la solución adoptada en pleno siglo XXI, quitar "maricón" y poner "m...". Por cierto, nuestro gran Miguel de Molina cuando le llamaban homosexual respondía: "Llamadme maricón que suena a cueva". Otro s tiempos.

Eso sí, me resulta aterrador que una caroca, a estas alturas de vida y estando los tiempos como están, concite una concentración de IU, PSOE, Diputación de Granada y colectivos variados. ¡Una caroca!

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