Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

La carta de Ángeles Mora

La carta ha llegado a sus destinatarios un poco tarde, porque ya falta el hombre para el que también escribía

Una carta llegó anteayer a su destino. La recibió Ángeles Mora. Fue la misma carta que ella empezó a redactar la tarde infantil, familiar y remota en que se negó a hacer ganchillo y empezó a ojear el periódico y a "escribir garabatos a la luz de la lámpara". Después se arregostó a tachar, a desechar, a reescribir y a perseguir la perfección de un verso. Puso en ello toda su ilusión, todo su talento y gran parte del tiempo que, ya mujer, le quedaba tras ejercer como profesora de Lengua Española para Extranjeros en la Universidad de Granada. Y hace poco, en 2015, Ángeles la acabó, la tituló Ficciones para una biografía y la envío a la editorial Bartleby. La carta, cargada de esplendor, de música, de reflexión, de años de paciente y delicado trabajo, que Ángeles escribía para todos, para nadie y para ella misma, fue galardonada con el Premio de la Crítica. Y ahora ha obtenido el Premio Nacional de Poesía.

La noticia se conoció el lunes, apenas tres semanas después de la muerte del que fue su compañero, el catedrático Juan Carlos Rodríguez, el que en casa le elogiaba poemas que "arrastraban un aire de bolero" y que cada primavera se le ponía gongorino. No hay que encender apenas las luces del entendimiento para imaginar que, mientras construía y reconstruía su obra, Ángeles expresara sus dudas, consultara sobre el ritmo de un verso, la pertinencia de una palabra o la inclusión de un poema a alguien que descollaba por su sensibilidad e inteligencia, al ser de "aire extravagante y solo, lobo de mar, ojos de agua" con quien convivía. Luego este reconocimiento a un poemario en el que vuelca su vida vendrá a provocar en Ángeles una mezcla de orgullo y tristeza, una pena por no poder compartir la dicha con la persona que tal vez más quería.

La carta que Ángeles ha reelaborado con quietud y mimo desde niña ha llegado por fin a sus destinatarios, al público y a ella misma, aunque un poco tarde, porque ya falta el hombre para el que también escribía, el mismo que caminó tanto tiempo de su mano por la "línea frágil de la vida". Su crítico más exigente, el que, quizá, tras alabar su sosegada hermosura, su emoción desatada o contenida, le diría que la tarea está inconclusa, que alguien que escribe así está condenado a fabular más ficciones para una autobiografía verdadera, a forzar aún más la memoria y seguir reescribiendo la carta para siempre.

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