CON frecuencia pensamos que nuestras acciones no tienen ninguna trascendencia y que el mundo sigue su rumbo sin que las decisiones individuales puedan alterar el curso de las cosas, pero por fortuna no siempre ocurre así. Hay veces en que una simple decisión individual cambia el curso de la Historia, y de algún modo inexplicable, ese hecho que hicimos consigue que el mundo sea un lugar mucho mejor de lo que era.

Pienso en el caso de Mohamed Bouazizi, el joven de 26 años que se quemó en una pequeña ciudad de Túnez hace ahora medio año y que en cierta forma desató la oleada de protestas pacíficas en muchos países árabes. Mohamed Bouazizi tenía un carrito en el que vendía frutas y verduras en las calles de Sidi Bouzid, en una de las zonas más pobres de Túnez. En diciembre de 2010, harto de ser molestado por los policías que querían un soborno, Mohamed Bouazizi se quemó en la calle. Lo que más me interesa de Mohamed Bouazizi es que su reacción podría haber sido la habitual hasta entonces entre muchos musulmanes exasperados como él por una vida sin esperanzas: convertirse en un islamista fanático, culpar al resto del mundo de sus problemas y hacerse volar en un atentado suicida que se hubiera llevado por delante a cincuenta o cien personas. Eso era lo más fácil, y es posible que algún amigo le hubiera intentado meter esas ideas en la cabeza. Y si Mohamed Bouazizi se hubiera empotrado con un camión cargado de explosivos contra un hotel, es posible que su muerte hubiese desencadenado cientos de atentados suicidas en el resto del mundo. Pero Mohamed Bouazizi tomó una decisión que sólo le iba a afectar a él y se quemó en la calle como acto de protesta. He aquí el hecho decisivo: la posibilidad de elegir entre una opción u otra, el bien o el mal.

Conozco otro caso comparable al de Mohamed Bouazizi. Es el de Khan Mohammad, el director de un colegio para niñas en Porak, un pueblo de Afganistán. Los talibanes, que tienen prohibido estudiar a las niñas y a las mujeres, le habían exigido cerrar su colegio, pero Khan Mohammad no les hizo caso y siguió dando clase a las niñas. Hace un mes los talibanes lo mataron a tiros delante de su hijo, al que también hirieron.

Ahora tengo las fotos de Mohamed Bouazizi y de Khan Mohammad en el corcho donde guardo las notas para lo que escribo, además de algunas fotos de gente que quiero. Y de vez en cuando levanto la vista y miro un segundo a Mohamed Bouazizi y a Khan Mohammad, preguntándome si lo que escribo podrá estar alguna vez a la altura de lo que ellos hicieron. Ya iba a terminar este artículo cuando me he enterado del asesinato en México, por parte de un grupo de narcos, del periodista Miguel Ángel López Velasco junto con su mujer y su hijo. Ahora ya son tres los rostros que me miran.

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