La cena de los idiotas

No podemos permitir estos enconamientos electorales, no sólo por su coste, sino por el ejemplo futuro de democracia que damos

Apenas en dos días y habremos determinado, o no, al ganador, o no, de las elecciones. O no. Y las encuestas no dan para más: todas (excepto el iluminado de Tezanos, claro está), arrojan débiles mayorías, que, salvo pactos contra natura o episodios similares, imposibilitarían un gobierno que más o menos respondiera a una suerte de acuerdo de digestión natural por los españoles. 2020, además, no será un año cualquiera: una crisis económica incipiente anunciada y revisada por la Comisión Europea, un debilitamiento de nuestra imagen exterior a consecuencia de un reiterado desgobierno, Brexit, guerra comercial EEUU-China que echa por tierra nuestra industria agroalimentaria…

De los pactos contra natura ya se sabe: de nada sirve, ejemplos tiene nuestra historia reciente, salir por peteneras diciendo que aquellos respondieron a acuerdos que abarcan un amplio espectro de la sociedad española. Acuerdo, sí: legítimo, también; viciado, por supuesto. Además, de estos pactos ya dio buena cuenta nuestra democracia respondiendo a través de severos correctivos electorales. Y es que los equilibrios imposibles son propios sólo de malabaristas, y quienes se presentan a estas elecciones, que yo sepa, carecen de carnet para ese tipo de eventos.

Lo cierto es que, enésima vez, nadie movió ficha. Y el caso es que todos los partidos, en algún momento de su después olvidadiza historia, lo han pedido: que gobierne la lista más votada. Hace apenas unos días, en otro arrebato como el de la Fiscalía, lo pidió Sánchez. Y en pasados encuentros electorales, el Partido Popular. Por supuesto los minoritarios hasta la fecha Ciudadanos y Podemos, también han llevado en sus discursos el término reforma. Pero una cosa es postularlo, y otra bien distinta es que se deban a verdaderas razones de Estado, buen gobierno y justicia material.

Concluyamos. Ningún sistema es perfecto. Siempre habrá una excusa para defender que se quede como está. Pero este 2019, además de brindar con champán si por fin damos con la fórmula de un gobierno estable y natural, debe enseñarnos algo más. No podemos permitir estos continuos enconamientos electorales, no sólo por su coste, sino por el ejemplo futuro de democracia que damos. El sistema se resquebraja, y con él, la credibilidad en personas, partidos e instituciones. Permítanme por ello posicionarme. Pienso que nuestro sistema electoral debiera girar hacia un sistema más parecido al francés, de doble vuelta, aun aceptando el inconveniente de las altas cifras de abstención. A mí juicio, imperfecto (el sistema y mi juicio), es el menos distorsionado.

El lunes hablaremos, de paso reformaría la distribución territorial de competencias, la democracia interna de los partidos políticos y sindicatos, y las responsabilidades políticas respecto de informaciones y promesas electorales. No tiene nada que ver con la reforma electoral, pero puestos a cambiar…

Como siempre: voten. A pesar de todo, voten. Después, no sirve quejarse. Después, sólo quedaríamos para que, otra vez, nos inviten a la cena de los idiotas.

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