Confabulario

Manuel Gregorio González

Un centenario

HOY, once de mayo, se cumplen cien años del nacimiento de Cela. A Umbral le gustaba recordar que Cela y él, "a más de Dalí", cumplían años el mismo día, fabricándose así un linaje artístico, quizá más arbitrario, pero más exacto, que el azaroso linaje de la sangre. El caso es que en Cela resuenan el violín tristísimo de Bécquer y la cantiga otoñal de Rosalía; también el 98 andariego de Azorín y Baroja, junto a un raro cubismo en el que sus personajes no acaban de coincidir, fragmento por fragmento, con su propio retrato. Con lo cual, uno puede entender que el personaje de Cela, su ferocidad impostada, haya caído en desuso. No se entiende, por lo mismo, que la imparidad de su obra, y su abundante exploración literaria, hayan corrido la misma suerte.

Una de las cualidades más obvias -y más olvidadas- de la obra de Cela es su lirismo. Un lirismo que a veces se reviste de una ternura lóbrega, pueril, desconsolada, y otras adquiere un tono virulento, seco, mefistofélico. A esta última particularidad de Cela se le ha querido llamar "tremendismo", haciendo olvido de toda una tradición decimonónica (Rimbaud y Baudelaire, pero también Lautréamont y Villiers y Barbey D'Aurevilly), en la que el Mal, la falibilidad del hombre, es el refugio último y desesperado de la trascendencia. Uno querría recordar, por otra parte, que esta compasión que alienta en Cela, una compasión emboscada en la crueldad, en el oprobio, en la desesperanza, ha venido formulada en obras de rigurosa experimentación y de originalidad indudable. Si es fácil vincular la estructura circular de La colmena con el Manhattan Transfer de Dos Passos, no ocurre así con la estructura en espiral de Mazurca para dos muertos y con la amarga letanía de Oficio de Tinieblas, 5. Ahí, ya no es el movimiento geográfico de la mirada el que dirige la escritura; sino un reiterado flujo de conciencia en el que los personajes, su alucinado monólogo, difiere constantemente de sí mismo.

En estas variaciones sobre un flujo de fondo, encuentra uno la peculiaridad y la originalidad de la obra de Cela. Una obra que habría que poner en relación, no sólo con la imaginería galaica y la crueldad feudal de Valle; sino con la extraordinaria fantasía, melancólica y erudita, de Álvaro Cunqueiro. En Cela, sobre el Madrid menesteroso de posguerra, sobre el OK Corral de Cristo versus Arizona, resuena siempre la vieja campana de los celtas.

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