Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Las certezas

Se entiende por lo general que la verdad es rotunda y compacta. Que se traga sin sentir, como las píldoras

No falla: a los tres minutos de que el Gobierno aprobara la renta mínima, ya estaban las analistas más finos ligando la situación con el clientelismo andaluz cultivado por el PSOE durante cuarenta años. Que sí, claro que hubo clientelismo, y a granel; pero no deja de resultar triste la presunción de borreguismo general respecto a los ciudadanos allí donde gobiernan los adversarios. Ni siquiera el hecho de que los mandos estén ahora en otras manos nos priva a los andaluces de ganapanes, lerdos y malos votantes. Pero ya se sabe que en el reino de las certezas el matiz es el primer enemigo a batir. Y que en un debate político dirigido a satisfacer no el honor a la verdad, sino la jauría de las redes sociales adscrita al trazo grueso, no hay más consideración que la masa, el blanco o el negro, nada de grises. Hay quien interpreta la epidemia del coronavirus, por su gravedad y urgencia, como una legitimidad del argumento en bruto, sin fisuras; porque se entiende que la verdad es así, rotunda, compacta, inmediata. Que se traga sin sentir, como las píldoras. Ahora, en pleno recelo de todo lo que huela a discurso o reflexión, cuando únicamente se admiten lemas, sentencias, tuits y titulares que puedan lanzarse como una bala, la verdad se identifica con la más pura afirmación. No hay pecado mayor que la contradicción.

Sin embargo, desde Sócrates sabemos que la verdad sólo puede distinguirse entre dos. Es decir, que, de por sí, nadie está en posesión de la verdad. El problema es que casi desde entonces la certeza, la apuesta por una determinada verdad, ha tenido más que ver con la convicción personal que con las evidencias. La crisis que nos ha tocado ahora, sin embargo, está repleta de interrogantes. La comunidad científica sabe aún muy poco acerca del virus, y tardará en saber. Lo mismo sucede con las medidas: es cierto que no puede hacerse del confinamiento un castigo peor que la propia epidemia, pero también lo es que el confinamiento ha evitado un colapso del sistema sanitario que sí que habría puesto al sistema contra las cuerdas; los tests masivos habrían aportado luz, claro, y la aportarían ahora, pero de ningún modo podrían sustituir a la cuarentena. Las tentativas del Gobierno contrarias a la libertad de expresión son intolerables, pero la libre circulación de bulos a cuenta de la misma pueden causar un daño irreparable. ¿Dónde está la verdad aquí?

El coronavirus nos obliga a hilar fino. A probar, a menudo a ciegas, y a equivocarnos, porque en esto debutamos todos. Aquí no sirven los lemas ni los zascas. Lo triste es que la jauría se niegue a admitirlo.

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