Los chicos del Preu

Ayuso atesora muchos méritos, pero en su enfrentamiento con la cúpula le ha sobrado arrogancia y le ha faltado lealtad

La primera imagen que se me vino a la cabeza cuando conocimos el asombroso proceso de autodestrucción del Partido Popular, fue aquella candorosa película Los Chicos del Preu, con López Vázquez y compañía, que de vez en cuando reponen para aliviar el burgués aburrimiento de las tardes de sábado. ¿O no tienen un aire de eternos estudiantes sin mérito, de esos que frecuentan sobre todo la barra del bar de la facultad, chaquetón acolchado y vespa en la puerta, Ayuso, Casado y García Egea?

Tiene la refriega algo de adolescente, como de niños jugando con el fuego, de la que si sólo va salir indemne la primera, es por la diferente gestión que una y otros han hecho de este asunto. La política es, ahora se van dando cuenta, cosa de adultos, y la jugada de la presidenta presentando la muleta para irse detrás del estoque después solo está a la altura de un consumado especialista como Miguel Ángel Rodríguez. Porque tiene mucho arte que sobre quien pende la sospecha por lo que tiene toda la pinta de un tráfico de influencias de libro, aparezca ante la opinión pública como víctima, mientras el otro, en un problema que él no ha originado, paga los platos rotos.

Ni comulgo con la ola de insultos que está recibiendo Pablo Casado ni creo que en este espinoso tema sólo él, y su secretario general, tengan toda la culpa, pero un líder que no gana elecciones, que además ni siquiera concita el apoyo de los suyos y es cada vez más despreciado por sus potenciales votantes, no tiene más remedio que echarse a un lado y dejar a otros que inauguren un tiempo nuevo. Sus errores han sido manifiestos (¿qué necesidad había de disputarle la presidencia regional a quien ha barrido cualquier expectativa electoral de la izquierda?) y los nuevos y endiablados ritmos de la política corren claramente en su contra.

¿Significa esto que el camino queda despejado para Díaz Ayuso, la aparente vencedora del combate? Ni mucho menos. La baronesa atesora muchos méritos, desde luego, pero en su enfrentamiento con la cúpula le ha sobrado arrogancia y le ha faltado lealtad, jugando claramente con los tiempos y aprovechando los vientos favorables que traen la polarización y el populismo. Como es lista y está bien aconsejada, ya ha dejado caer que todavía no ha llegado su tiempo, pero de su encaje con un tipo tan distinto como Feijóo depende en buena medida el éxito de este renovado liderazgo que nos anuncian.

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