Si ya en su día me pareció un error grave que el Gobierno de España adoptara la decisión de cerrar todas nuestras centrales nucleares, hoy, tras la invasión de Ucrania y los problemas energéticos europeos surgidos a causa de ésta, tal error muta, creo, en disparate. Al menos, así lo entienden numerosos países europeos que, superada la euforia verde de los primeros momentos, están reconsiderando, dadas las nuevas circunstancias, sus programas de cierre. Es el caso del Reino Unido, de Italia o de una Francia siempre reticente al abandono de su potencial energético nuclear. El hecho de que las energías renovables sean todavía incapaces de sustituir a las demás fuentes, la hiperdependencia sobrevenida de un gas cada vez más inasequible y el consiguiente aumento del precio de la energía, ahora disparatado, los ha llevado a modular sus ortodoxias y a regresar al pragmatismo que imponen los tiempos. Incluso en Alemania, adelantada del cambio, se levantan voces que piden, probablemente demasiado tarde, renunciar al proceso de desmantelamiento en marcha. En España aún hay plazo. El punto de no retorno para nuestro país se sitúa en 2023. Si para entonces no se cancela o aplaza el plan de cierre, éste será irreversible.

Contrasta la desazón europea con el aparente desahogo que se observa en el resto del mundo: prosiguen con sus ambiciosos planes de producción nuclear de energía Estados Unidos, India, por supuesto China y hasta Japón que, superando el desastre de Fukushima I, comprende inasumible una merma tan cardinal en su cesta energética.

De especial relevancia me parece el caso de China: acaba de anunciar el desarrollo de un novedoso sistema que resuelve el inconveniente de los residuos radiactivos, convirtiéndolos en combustible apto para las mismas centrales que los generan. Con la revolución del ciclo infinito del uranio, acarician el logro de su independencia energética, para lo que construirán 150 centrales más, impecablemente respetuosas con el clima.

Tanto los aprietos de presente como los avances de futuro aconsejan huir de posturas drásticas. No parece sensato desechar, por razones ideológicas y no económicas, una fuente de energía que apenas contamina y que resulta accesible, eficiente y barata. Queda poco, pero aún es posible. Déjense por una vez de utopías y reparen en que sus idílicos sueños podrían arriesgar no sólo nuestro bienestar, sino incluso hasta nuestra propia supervivencia.

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