Al colegio

Que levante la mano quien proponga, fuera de engaños, alguna solución en grueso distinta a la que hoy se propone

Toca repensar. Repensar si ha merecido la pena, si recorrimos el largo trecho de esta pandemia, procurando mantenernos a nosotros y a nuestras familias al margen de utilizaciones políticas más propias de un país bananero que de uno que se dice (o se cree) miembro de pleno derecho en una cada vez más aletargada y envejecida Comunidad Europea. Y, sobretodo, si ha merecido la pena, si en vez de conservar nuestro derecho y nuestra identidad como país civilizado y de derecho, solo supimos recrearnos, ahora con mascarillas, en una suerte de guerra de guerrillas, y, agobiados en el permanente engaño político, apenas sabemos conducirnos.

Ayer me levante con mis hijos para ir al colegio. Más miedo que alegría e ilusión: el reencuentro no será igual. En el balance vital, este año no cursará las mejores posiciones. Otros, nosotros, también legítimo, aunque se cuestione y banalice en algunos centros educativos, porque llega el momento de aparcar el verano, ordenar ideas, y volver al, ahora sí, querido trabajo. Normas, todas. Advertencias, inconfesables. Miedos, más que nunca. Pero que levante la mano quien proponga, fuera de engaños, alguna solución en grueso distinta a la que hoy se propone. Exceptuando errores corregibles por supuesto, nadie hubiéramos sido capaz de proponer una solución distinta de la que hoy realizamos. En un país donde más del setenta por ciento de su presupuesto se traduce en gasto social, difícil hubiera sido buscar otra salida que no sea la de llevar al cole aun a nuestros hijos. Y si alguien tiene una solución igual para todos los españolitos de a pie, que la diga en voz alta. Diagnósticos, muchos. Soluciones, una. O ninguna.

Atrás deben quedar los evidentes aprovechamientos políticos en que se traducen estas situaciones de inestabilidad: hoy en Andalucía hay propuestas de movilización de asociaciones de padres, sindicatos de profesores. Curiosamente, trato de buscar esas convocatorias en comunidades autónomas (o incluso en el gobierno central y sus residuales competencias educativas en ciudades autónomas como Ceuta y Melilla), y no encuentro atisbo de crispación alguna. Las medidas Covid, similares; los actores, idénticos; la ideología política… que cada cual opine y se deje utilizar como quiera.

Algo falla en nuestro país. Rodeados de políticos de perfil bajo, rodeados de deudores que tratan de agradecer el pan recibido ayer y el que recibirán mañana de prosperar su fin espúreo, mañana movilizarán padres, dicen. Pero no habrá padres. O sí. Pero los verdaderos artífices y gestores de la imagen ganadora, no serán ellos, sino todo un entramado sindical de personas no relacionadas que algún día deberemos resolver. Es un derecho legítimo, por supuesto. Pero también es legítimo que un servidor proteste cuando percibe que aquello era un vil engaño en la que se cuenta con nuestro dinero que al fin y al cabo, mantiene aquellas estructuras.

En la puerta del cole, sigo con miedo. Año muy duro. Durísimo. Debemos perfeccionar nuestros protocolos. Falta mucho por hacer. Este repunte inesperado nos pilló absolutamente desprevenidos, a pesar de que muchos avisamos de ello. Faltaba el plan C, el que nuestra rectora de la Universidad de Granada sí que contemplo allá por junio. Por eso, hoy que desconfiamos lo que nuestros hijos y su convivencia escolar reporten a nuestros domicilios y al conjunto de nuestra sociedad, toca pensar en lo que aportan, lo que nos han dado, los espacios que llenan en nuestras vidas. Y que vuelvan a llenar nuestros coles.

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