Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

El menos común de los sentidos

Queremos olvidar pero la presencia amenazante del virus nos va a impedir que nos desmemoriemos

La normalidad rescatada nos confronta con nuestro sentido común colectivo. Y ahí es donde se anuncia el verdadero peligro. Algunos no somos nada optimistas con lo de la responsabilidad social por libre. Será por experiencia o por simple pesimismo pero, a poco que te salgas a tomar la tapita, percibes que una vez que se van olvidando las prohibiciones, las multas, el confinamiento salvaje sufrido; conforme nos alejamos de la alerta del "cuidado con acercarme que me contagia" o con rebozarse en multitudes "que la cosa tiene mucho peligro", se van relajando las cautelas, ves gente y más gente ya sin mascarilla, por rebeldía o por falta de fe en sus capacidades como cortafuegos del contagio y, en fin, temes que vuelvan los malos tiempos que queremos olvidar pero que la presencia amenazante del virus aquí y allá nos va a impedir que nos desmemoriemos.

Por Huesca ya dan pasos atrás (nivel dos de alarma) y dicen que igual se expande hasta Lérida. Brotes aquí y allá que, sin bien son puntuales, dan muestra de que la epidemia sigue vivita y coleando y con ganas de seguir enfermando gente.

Va quedando claro que el miedo que nos metieron en el cuerpo tenía su cálculo y objetivo. Si no era con el 'yuyu', imposible sería meter a tanto imprudente en casa. La alarma nos va a acompañar como una incómoda mascota bastante tiempo. No hay vacuna y todo lo hecho fue más por la saturación hospitalaria del dramático "tú si, tú no" que al final se hizo.

Don dinero manda. "Más cornás da el hambre", que dijo aquel torero. Y sí que las da sí. Se saturan los servicios sociales como en la anterior pandemia de ignominia-merienda de bancos y ultrarricos. La clase media trabajadora, la raza heroica de los autónomos o los mendicantes trabajadores de la cultura nunca se recuperaron. Algo habrá que hacer con tanto hambriento.

Esa es la verdadera diferencia doce años después: la sensibilidad para con los más desfavorecidos. Mientras unos hacen caceroladas con anillos, pulseras y palos de golf; mientras otros cobran escupiendo vilezas a la otra bancada; mientras, en fin, algunos se ensoberbecen para negar los errores de bulto, una masa paciente y sensata se felicita de que, si algo nos quedó fue al menos la vida, esa que bulle en las calles con ganas de vivirse por fin de nuevo a sí misma.

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