El lanzador de cuchillos

El comunicado

Aunque somos casi mil, este es un lugar tranquilo. Y seguro, porque hay un montón de policías y de guardias civiles

Llevo aquí más de treinta años. Toda una vida. Aquí he visto crecer a mis sobrinos, que se vinieron conmigo. Silvia tenía entonces trece años y Jorge acababa de hacer la comunión. Recuerdo que un viernes por la tarde -estaba empezando el verano- los recogí de casa de mi hermana y nos fuimos a unos grandes almacenes a comprar un bañador para mi sobrina, que se iba con el cole de viaje de fin de curso. Y después ya no me acuerdo de más: sólo que nos trajeron a este lugar. Al principio fue duro, sobre todo para los niños. Pero poco a poco fuimos haciendo amigos. Entre los que ya estaban cuando llegamos y los que vinieron después. Las primeras personas que vimos fueron una señora y sus hijas, que habían estado de compras aquella tarde en el mismo centro comercial. La madre se llama Maricarmen y con ella he intimado bastante. A veces me habla de su marido, que se quedó al otro lado. Completamente solo, me dice con la mirada perdida. Tengo la impresión de que se siente culpable.

He conocido gente de todas partes y de todos los oficios: un peluquero de Granada, un taxista de Burgos, un ingeniero vasco. ¡Incluso al médico que le devolvió la voz a Rocío Jurado!

Aunque somos casi mil, este es un lugar tranquilo. Y seguro, porque hay un montón de policías y de guardias civiles. Y muchos soldados. También algunos políticos, pero los de aquí son de los buenos. Ojalá todos fueran como ellos. Lo que no hay es ningún cura, pero tampoco nos hace ninguna falta.

Periodistas tenemos tres; uno, que estuvo en la cárcel con Franco, se llama José Luis y va siempre con un montón de periódicos bajo el brazo. El es quien nos tiene al día de todo lo que pasa ahí afuera: por él nos hemos enterado de que el Madrid puede ser otra vez campeón de Europa. Sí, y de lo otro. Lo del comunicado. Menudo revuelo. En la explanada no cabía un alma. La gente estaba muy irritada. Decían que nos habían faltado al respeto, que volvían a escupirnos en la cara. Que sólo podíamos confiar en un tal Fernando y en las hermanas de Goyo y de Joxeba, que nunca nos han fallado. Hubo quien propuso organizar una marcha al pueblo ese de Francia donde se iban a reunir unos cuantos desvergonzados. Para aguarles la fiesta. No cayó en la cuenta de que los muertos están en cautiverio. Y no nos dejan salir del cementerio.

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