Durante un solo mes, y en un único lugar, se abre un paréntesis de libertad donde casi todo está permitido, es la fiesta de la incorrección y de la sátira extrema con una única intención: el animus iocandi. El Carnaval de Cádiz se extiende, sobrepasó los límites del Cerro del Fantasma, donde habita el peaje perpetuo, y sus ecos se oyen tanto en Triana como en Tabarnia, cuyo descubrimiento es el mejor cuplé del año. No todo el mundo lo comprende, qué le vamos a hacer. A la anunciada denuncia de unos abogados por la farsa de Puigdemont -"¿le cortamos el cuello o lo pelamos?"-, se une la indignación de la hija de Jesulín, que tiene más delito por ser medio de Cádiz, y últimamente se ha unido la organización SOS Racismo, porque no le gusta una chirigota que este año sale de negro bajo el nombre de No tengo en congo para más... Mientras la Casa Real no se queje, y puedo asegurar que suele ser el trendingtopic en las coplas, aquí recibe todo el mundo. Antes se quejaban las cofradías de Sevilla, la radio de los obispos o la Embajada del Reino Unido, muy molesta desde que el Masa se paseó por las tablas embutido en un disfraz de Lady Di, pero ahora se han puesto en cola todas las oenegés del país. Hagan un favor: no lo vean, no lo escuchen, dejen pasar febrero, pero si caen en la tentación, el ánimo es otro: nunca el odio ni la humillación.

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