Ver para creer. Judas Tomás Dídimo y su afán por sentir el calor de la herida abierta dejó en nuestro acervo esta expresión. De niña las monjas, desconocedoras de que a cabezona sólo me superaba mi padre, me hacían leer este pasaje de los Evangelios de San Juan para hablarme del arrepentimiento. Arrepentirse de no creer sin ver. Porque lo contrario es la esencia que sustenta la fe, aunque tire por tierra cualquier espíritu curioso. Una vez terminada la lectura, yo miraba a aquella monja diminuta y constataba que en la pugna la razón estaba de mi parte. Tomás se arrepiente, sí, pero después de ver. Y yo no había visto a Dios. Caminábamos por senderos opuestos. El afán de aquella educadora era que lamentara retar en mitad del patio del convento a Dios: "¡Si existes baja que te vea!". El mío constatar, con las Sagradas Escrituras que ella había puesto en mi mano, que Tomás cree cuando ve. Yo quería ver a Dios y Dios nunca aceptó el reto.

Hoy no es necesario ver para creer. Sólo se necesita Instagram. Una nube tan etérea como la que cubre la ciudad en una mañana de neblina. "Los jóvenes entre 20 y 24 años lideran los nuevos positivos por Covid en los últimos días" publica toda la prensa. Sin embargo, no hay impacto entre el colectivo, porque parece que la noticia no llegó a Instagram. Mi sobrina Paula insiste en que, si la noticia no está en Instagram, no existe. No va con ellos. No necesitan ver para creer, tan sólo que se mencione en las redes o en sus redes, que parecen tejidas con distinto hilo.

Las expresiones que conocíamos han perdido el sentido. Ponerse en la piel del otro, resulta tan hueca como la propia palabra empatía en la que se sustenta. Hemos dejado de ser empáticos para convertirnos en apáticos con el otro, aburridos, hastiados de escenas dantescas de guerras, migración, hambrunas... Todas distantes. Hartos hasta de las más próximas, que al fin no son más que pura estadística. Convertimos los hechos en cifras y así impedimos que se impliquen las emociones. Es difícil ser empático con los números y muy fácil apático. Casi 35.000 muertos en España en lo que va de pandemia, nos dicen. Visto de otro modo, en un chasquear de dedos, Úbeda quedó sola con su piedra y el viento seco doblando las esquinas. Casi 400 muertos en Granada es la mitad del pasaje de un Boing 747. Da la sensación de que trabajamos por completar la otra mitad del vuelo, para poder despegar no sabemos hacia qué nube, si hacia la divina o hacia la etérea. Quizás las nuevas generaciones, más aguerridas, vayan a la búsqueda de ese Dios que sigue sin decidirse a bajar.

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