palabra en el tiempo

Alejandro V. García

El cortijo

CUANDO supimos que Miguel Castellano había renunciado inesperadamente como candidato socialista a la Alcaldía de Loja, en la redacción cruzamos apuestas sobre su destino. La dimisión misma era sorprendente y tenía todos los visos de una huida. Castellano asumió que no podía ser alcalde de Loja a través de los pactos y prefirió escapar a un paraje del poder más sosegado. No es el primero que se marcha en el PSOE después de una derrota electoral y ante la perspectiva de pasar cuatro años encerrado en el cubículo de la oposición tricotando propuestas sin futuro. Pero ¿a dónde iría? Yo mantuve que acabaría en la Junta pero otros compañeros supusieron destinos más elevados en una lista electoral. Al final salió la Junta. Castellano será a partir de ahora el director general de Museos de la Consejería de Cultura, uno de esos puestos misteriosamente reservados en Sevilla a los socialistas granadinos. Primero estuvo Pablo Suárez, luego Inmaculada López y ahora Castellano. El mismo día supimos que otro veterano socialista, José Antonio Aparicio, sería el nuevo delegado de Economía. La presteza con que la Junta ha encontrado un destino cómodo a Castellano produce estupefacción no porque sea ilegal o esconda oscuros secretos sino por la falta de recato con que los socialistas usan las instituciones como oficinas de colocación para militantes privilegiados o para dar rienda suelta a los compromisos adquiridos con los suyos.

Será legal pero no es serio. Después de la aparatosa derrota electoral del 22-M, y ante la perspectiva de otro fracaso en las autonómicas y en las generales, los periódicos hemos publicados numerosas reflexiones con un curioso tono jesuítico sobre la necesidad de reconocer los errores y hacer autocrítica. La mayoría de esos artículos no pasaban de proclamar la intención, pero de autocrítica efectiva ni una palabra. Y de propósitos de enmienda tampoco. Por eso ahora, bajo circunstancias adversas, produce estupefacción que los socialistas repitan sin pudor los antiguos vicios que han socavado su imagen en Andalucía.

A ver: el tráfico de socialistas con carné colocados en las instituciones, o dicho de otro modo, la utilización de los puestos de confianza para recompensar a los afiliados emergentes, ha sido un espectáculo lamentable por más que, después de casi treinta años, parezca un derecho adquirido por genética política. Los electores pueden ser tardos (o clementes) a la hora de reaccionar pero no estúpidos. El clientelismo y la falta de control (ahí está el caso de los ERE) son el resultado de conductas viciadas por la endogamia partidista. Lo increíble es que ahora con el agua al cuello sigan creyendo que son los amos del cortijo.

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