CONTABA Manuel Rivas que hay cosas en esta vida que desaparecen y luego, sorpresivamente, vuelven a aparecer y a mí, eso que contaba, me pasó con el mar que, un día, sin saber muy bien por qué, me desapareció del horizonte.

Quizás tuvo que ver con que me viniese, cosa habitual en mi pueblo, a estudiar a Granada, y fuera la pérdida del mar el precio que debía pagar por venir a vivir a una ciudad que era un mito en la lejanía ultramarina de donde yo venía pero en la que, por mucho que recorriese sus calles, nunca llegaba hasta la playa. Algo que me dejaba siempre un vacío en el corazón, un desorden cardinal en la cabeza y un cansancio de perro vagabundo en los pies.

En mi tierra el mar se pega al alma dejando un permanente y dulce poso de melancolía escondido en la mirada, pero sobre todo a lo que afecta es al olfato y, con sólo sacar la nariz por encima de las sabanas, ya se sabe si amaneció levante o si saltó el poniente y ya con eso va uno listo para enfrentarse al día.

A mí, como dice Rivas, me desapareció el mar cuando vine a Granada y ahí me quedé, como hueco de miradas y de olores, hasta que un día y por sorpresa, me volvió a aparecer cuando me trasladé a vivir a un pequeño ático con terraza en la calle Cañaveral donde la ciudad, de noche, dibujaba un imaginario malecón frente a la Vega.

Cuando el sol caía, las dispersas luces se convertían en barquillas sardineras con farolas que salían hasta el alba y los pequeños pueblos que rielaban en la distancia eran, en realidad, pueblecillos marineros que dibujaban la bahía que por la mañana volvía a ser Vega. Había noches de bruma de levante y noches limpias y claras de poniente.

Allí estaba el mar, sin olor, es cierto, pero tan lleno de ensoñación y misterio como cualquier mar y así volví yo a recuperarlo durante un tiempo hasta que un inmenso invertebrado de hormigón y asfalto fue devorando sus orillas, aniquilando una a una las barcas y los marineros y alejándolo de aquel hermoso malecón que fue, con el tiempo, convirtiéndose en un estrépito de coches y supermercados.

El buen Ayuntamiento de Granada ha tomado ahora cartas en el asunto y quiere hacer un PGOU para ordenar la Vega, aunque yo lo que creo es que quiere seguir organizando la gran escollera de hormigón y asfalto para seguir alejando el mar, para que nadie pueda verlo, para que sigamos preguntando si detrás de todo eso que quieren construir, seguirá estando el mar como estaba la playa debajo de los adoquines de París.

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