Puede que haya extrañado a alguien la apropiación del movimiento feminista por parte de la vicepresidenta del Gobierno de la nación. Su pedante y altivo "no, bonita, el feminismo no es de todas, es nuestro, de las progresistas y socialistas" ha originado una profunda reverberación. Es curioso que la dirigente en cuestión, investida de prefecta de la congregación para la doctrina feminista estuviese condenando la herejía de quienes le ponen al feminismo etiquetas. Porque podríamos estar de acuerdo. Al feminismo le sientan tan mal los adjetivos como a la democracia: Franco llamaba a su dictadura democracia orgánica y las dictaduras comunistas se autoproclamaban democracias populares.

Pero a continuación la señora vicepresidenta le pone dos solemnes etiquetas a su feminismo, "progresista y socialista". El feminismo es mío. Algo parecido ocurre cada 8 de marzo, cuando en los manifiestos de las organizadoras de las manifestaciones se indica con énfasis que el feminismo es anticapitalista. Una etiqueta como un castillo, y además excluyente. Entre la catarata de reproches a la ligereza de la dirigente egabrense destacan dos de mujeres políticas con luz propia. Una es la ex presidenta del Congreso Ana Pastor, del PP: "Millones de mujeres han transformado y siguen transformando la sociedad sin necesidad de pertenecer a un partido político. Un poco de humildad viene bien". La otra es del PSOE, la ex presidenta de la Junta Susana Díaz, que amplió el campo de visión aún más: "el feminismo es de todas las personas que cada día luchan, pelean y lo dan todo por la igualdad y, en algunos casos, con dificultad y en situaciones adversas".

Pero no crean, no estamos ante una cuestión de género. Carmen Calvo en su larga trayectoria ha dejado anécdotas para la leyenda. Los fotógrafos que asistieron en septiembre 1999 a la presentación a la prensa de la restauración del cuadro El milagro de Santa Casilda, del pintor malagueño José Nogales, volvieron a sus redacciones enfadados porque la consejera de Cultura de la época (la perfecta prefecta) pretendía que no se hiciesen fotos sin ella delante del lienzo. El cuadro es mío. En los prolegómenos de la inauguración del Museo Picasso de Málaga, en 2003, fue tanto su afán de protagonismo que un brillante colega la definió en cuatro palabras: Carmen mi museo Calvo. El Museo es mío. Y en la pasada manifestación del 8 de marzo, a coro con Begoña Gómez, la esposa de Pedro Sánchez, y otras ministras, cantaron como adolescentes alborotadas "¡dónde están, no se ven, las banderas del PP!". Un gran nivel institucional, como puede apreciarse a simple vista.

Pero no, no es una cuestión de género. El problema no está ahí. Parafraseando a James Carville y su mensaje para la campaña de Bill Clinton: es la altanería, estúpido.

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