El lanzador de cuchillos

Un cura contra la mafia

El Papa Francisco ha aterrizado este fin de semana en Sicilia para honrar a don Pino Puglisi, párroco comprometido y valiente

Don Pino Puglisi era el párroco de Brancaccio, un barrio degradado de Palermo controlado por el clan de los hermanos Graviano. Él mismo había nacido en el vecindario, hijo de un zapatero y una costurera, y conocía de primera mano sus problemas y necesidades. Comprometido y valiente, con fama de cura rojo, buscó involucrar en su actividad pastoral a un creciente número de muchachos, alejándoles de la malavita y el contexto mafioso en un lugar en que, tras el atentado contra el juez Falcone, los chiquillos gritaban "hemos ganado, viva Cosa Nostra". Fue la suya una lucha abierta y declarada contra los clanes que, sintiéndose amenazados, lo condenaron a muerte.

El 15 de septiembre de 1993, sobre las once de la noche, el padre Puglisi fue asesinado a la puerta de su casa, cuando volvía de celebrar su cumpleaños con unos amigos. Un individuo gritó su nombre, el párroco se volvió y un segundo picciotto apareció por detrás y le disparó un tiro en la nuca. Una genuina ejecución mafiosa. Sus últimas palabras, según confesaron en el juicio sus asesinos, fueron: "Os estaba esperando". Y esbozó una sonrisa.

Veinticinco años después de su muerte violenta, el Papa Francisco ha aterrizado este fin de semana en Sicilia para honrar al cura antimafia. En su homilía, Bergoglio ha subrayado que "don Pino sabía que se arriesgaba, pero sobre todo que el peligro verdadero es no arriesgar". "Dios nos libre de una vida pequeña", ha dicho, "de pensar que todo va bien si a nosotros nos va bien; Dios nos libre de creernos justos si no hacemos nada contra la injusticia, de creernos buenos sólo porque no hacemos nada malo". Un alegato contra la comodidad y la pereza moral, un arponazo en el vientre de la Sicilia conservadora y biempensante.

Francisco es consciente de que en el mezzogiorno italiano las relaciones entre la Iglesia y el crimen organizado han sido a menudo ambiguas; por eso, ha querido dejar un mensaje inequívoco: "No se puede creer en Dios y ser mafioso; el mafioso no es cristiano porque su vida es una blasfemia. A los demás la vida se les entrega, no se les arrebata. Por eso os digo: cambiad, dejad de pensar en vosotros y en vuestro dinero porque el sudario no tiene bolsillos y no os vais a llevar nada. Convertíos: de lo contrario, arruinaréis vuestra propia vida y esa será la peor de las derrotas". Un discurso vibrante y luminoso como la palabra y la sonrisa de Padre Pino, el cura que desafió a la mafia y en cuya tumba, a modo de epitafio, hay escrito un pasaje del Evangelio de Juan: "No existe mayor amor que dar la vida por los amigos".

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